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El pobre Blair ha sido asesinado, todo parece indicarlo, y la policía, sin embargo, no quiere levantar ni un dedo para ayudarnos a conocer la verdad, porque un médico ha descubierto que el corazón era su punto débil. Es fijar un premio al crimen añadió, cerrando los puños ferozmente.

Primero: aseguró un buen negocio contratando cierto trabajo de impresiones y etiquetas con un afamado industrial; segundo: percibió una herencia de ciento setenta mil reales; tercero: se sacó un segundo premio de lotería, importando cinco mil duros. ¿Qué tal?

Diéranles navios, y con que volver á la patria, que bastante castigo fuera enviarles sin premio; pero sin perdonar á sexo ni edad llevando por un parejo inocente y culpados, malos y buenos, habia sido suma crueldad.

No fué, pues, en España, fué en los Estados Unidos, ó al menos en mucha parte de ellos, donde se vieron forzados á dar dicha libertad; donde tuvieron que tragarla á regañadientes, y donde al que la dió, al libertador glorioso, no faltó quien en premio le matase de un tiro.

D. Domingo Abad y Huerta, natural de Cubél, provincia de Zaragoza; fue inquisidor de Barcelona donde sufrió mucho por su fidelidad en los días de las turbaciones de aquel Principado, pero el Rey Felipe IV le premió nombrándole Obispo de Teruel, de que tomó posesión en 19 de Setiembre de 1644: los breves días de su pontificado privaron a esta Iglesia de las esperanzas que concibió en los ensayos de su celo por la paz y felicidad de los teruelanos: murió al año y medio de su residencia en 16 de Mayo de 1646: su cuerpo fue enterrado al lado derecho del Presbiterio de la Catedral, quedó heredera y enriquecida con sus preciosos pontificales.

Algo de eso lo había leído él, y no le causaba escándalo el premio solicitado. Lo que llamaba su atención era que en todo el descubrimiento de América únicamente se le hubiese ocurrido solicitar tal merced al primer explorador del río en cuyas riberas había de nacer años adelante la ciudad de Buenos Aires.

Cuando nuestra conversación se había hecho más confidencial, díjele que tendría gusto en saber, si no había inconveniente en decírmelo, cómo había venido a México, y por qué él, español y que parecía educado esmeradamente, se había resignado a vivir en medio de aquellas soledades, trabajando con tal rudeza y no teniendo por premio sino una situación que rayaba en miseria.

Confiad en Dios, que cesará el mal. Grande será el premio que tendréis allá en el cielo por los trabajos y fatigas que padecéis por dar á conocer á Dios á vuestros paisanos.

10 Pero éstos maldicen las cosas que no conocen; y las cosas que naturalmente conocen, se corrompen en ellas como bestias brutas. 11 ¡Ay de ellos! Porque han seguido el camino de Caín, y han venido a parar en el error del premio de Balaam, y perecieron en la contradicción de Coré.

La gente la devoraba con los ojos y se repetía en voz baja: «¡Viene sonriendo, viene sonriendo!» ¡Ah, , la nueva esposa de Jesucristo sonreía, esperando el dulce premio de su sacrificio! Pero el anciano que en el mismo instante paseaba solitario por uno de los salones de la casa de Elorza..., ¡ése no sonreía!