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Yo no tenía de él la menor noticia, dado que ya estuviese escrito. Ha sido, pues, una coincidencia, para harto desagradable, la semejanza ó analogía del asunto de tan aplaudido drama con el asunto de mi pobre novela. ¡Hombre... eres famoso! ¿Después de tanto preámbulo te vienes con una preguntilla tan baladí?

El P. Jacinto, desconfiado como buen lugareño, no advertía el interés vivísimo con que su antiguo discípulo le interrogaba; y temiendo siempre una burla, una especie de examen hecho por el Comendador para pasar el rato, volvió á hablar un tanto picado, diciendo: Me parece que estoy archi-cándido. ¿Á dónde vas á parar con tanta preguntilla? ¿Quieres examinarme? ¿Piensas retirarme la licencia de confesar si no me crees bien instruido?

El diablo te lleve, Haroldo, dijo un alto y fornido escudero, asiendo por el cuello y sacudiendo al que acababa de hablar. ¿Sabes que si el príncipe hubiera oído la preguntilla esa te podría costar la cabeza? Y como está vacía poco perdería con ella el buen Haroldo. No tan vacía como tu escarcela, Rodolfo. Pero ¿qué demonios piensa el mayordomo? Todavía no han empezado á poner la mesa. ¡Pardiez!

Las ocho serían cuando volvió a aparecer Orejón acompañado del conde de Negri, y vieron cenar a D. Felicísimo, que entre bocado y bocado había de incrustar una opinión, preguntilla, apóstrofe o interjección apostólica, todo entreverado de hipos que dividían en minúsculas porciones sus conceptos, dando idea de lo que sería un discurso en mosaico o una oración en cañamazo.