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Verdad es que la misma pregunta se hacía respecto al género humano en general. ¿Valía la pena aceptar la existencia, aun á los más felices entre los mortales? Por lo que á ella misma tocaba, tiempo hacía que la había contestado por la negativa, dando el punto por completamente terminado.

Lo ignoro, señor; pero su excelencia la señora condesa de Lemos, vuestra hija, pregunta por vuecencia y viene tras de y vestida de casa. ¡Vestida de casa! , señor, y siento ya las fuertes pisadas que bastan para adivinar que se acerca su excelencia. ¡Oh! ; mi hija es muy buena moza, ¿no es verdad? ¡Señor, yo no he querido decir!...

En fin, que me despaché a mi gusto, y como golpe final, le hice esta pregunta: Pero, ¿has hablado con la niña. No. ¿Y entonces?

Después de esperar en vano la pregunta, Andrés dijo en voz más baja, donde se traslucía la fuerza del capricho: Si vengo es por ti, exclusivamente por ti. La pastora soltó una carcajada de burla para disimular la emoción placentera que estas palabras le causaron. El rubor subió a sus mejillas. Y cuando no viene usted, ¿por qué es? También por ti. ¿Sabe usted que tiene gracia eso?

Parecióme que al verme cerró los ojos, y que asió las rejas con sus dos manos para sostenerse. Cuando me dirigió la primera pregunta, temblaba su voz de tal modo, que era imposible entender sus palabras. Sin poder decir una sola, incapaz de discurso y de movimiento, permanecí yo breve rato con la cara apoyada en la reja. La monja que la acompañaba me obligó por fin a romper el silencio. La Sra.

¡Feliz yo si hubiera tantas perdices como las de mi plazuela de Herradores, tantos pucheros como mi olla de Madrid, tantas botellas como las de mi clásico manchego! Voy á terminar este dia con una pregunta: ¿se vive aquí mejor que en otras partes?

Y en el momento que tal habló arrepintiose de ello, porque lo que deseaba saber, si picaba mucho en curiosidad, también le picaba algo el pudor. ¡Si encontrara una manera delicada de hacer la pregunta...! Revolvió en su mente todo lo que sabía y no hallaba ninguna fórmula que sentase bien en su boca. Y la cosa era bastante natural.

Ostolaza dice de ti mil herejías; pero mamá se opone a que hablen mal de nadie delante de ella... Sin embargo, tienes en casa fama de ser un terrible conquistador de hermosuras. Más vale que no vayas allá. ¡Ah, pícaro!, ya que te gusta mi hermanita Presentación. Todos los días me pregunta por ti... Por mi parte si la quieres... yo que eres un hombre honrado. En efecto, me agrada.

Así es que un día ambas se quedaron atónitas y pasmadas cuando, después de varios requiebros, entre burlas y veras, D. Gumersindo soltó con la mayor formalidad y a boca de jarro la siguiente categórica pregunta: Muchacha, ¿quieres casarte conmigo?

Hacía la pregunta ávidamente; se incorporaba para mirar más allá de la borda. Al esparcir su vista por la inmensidad, esperaba encontrar en el horizonte el negro perfil de la tierra ansiada. ¿Tardaremos dos días? siguió preguntando. Más, un poquito más dijo Maltrana suavemente para engañar su impaciencia. ¿Como cuántos más? continuó con tenacidad el enfermo.