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»Señora: »La pregunta que usted hace me hiere en lo vivo y me obliga a confesar una situación deplorable, en la que nos hallamos muchos jóvenes de mi edad, sin atrevernos a quejarnos. »Nadie desea casarse más que yo. Desgraciadamente, no tengo fortuna. Siendo reducidos mis recursos, me es tan imposible encontrar una mujer rica, como casarme con una pobre. »Homenajes respetuosos.

¿Cómo podéis hacerme semejante pregunta? replicó el ministro. Sería ciertamente un juego de niños llamar á un médico y ocultar la llaga. Me dais, pues, á entender que lo todo, dijo Rogerio Chillingworth con acento deliberado y fijando en el ministro una mirada perspicaz, llena de intensa y concentrada inteligencia.

Ah... me alegro que haya salido de él. No me atrevía... Bueno, pues en cuanto se abra una puerta aquí, en esta pared, ya puedes pasar de la sala al despacho sin cruzar el pasillo... ¿Te gusta la habitación? ¿Es bastante grande? Demasiado. Mis negocios, por ahora, no exigen tanto. A Cecilia le retozaba en el cuerpo una pregunta. Estaba inquieta.

Esta pregunta se hicieron los navegantes, viniendo Magallanes á resolver el problema, enseñando en su Estrecho la unión de los mares y el paso para dar la vuelta al mundo.

Clara miró al militar con expresión de gran asombro; y como si la pregunta fuera una revelación, contestó: "¿Loco?..." Y después de una pausa, añadió encogiéndose de hombros: "No ." La curiosidad del militar creció. No lo tome usted á agravio; pero su conducta, sus palabras en aquella pendencia, lo sombrío de su aspecto, lo que ahora acaba de decir, me hacen creer que padece una enajenación.

Á esa pregunta responde Que está enamorado el Conde, Y yo no. Dices muy bien. DO

Á esta pregunta, el pálido semblante de la señora de Freneuse se iluminó por una llama pasajera, sus ojos brillaron, y exclamó, con voz en la que se notaba aún cierto vigor: Hasta morir declarará que no ha cometido ese crimen atroz, que no ha podido cometerle. Mi hija y yo, ¿entiende usted, Marenval? no cesaremos de afirmarlo así.

Pero en cuanto advirtió que le pedían un consejo, recordó su misión, arqueó las cejas, y dió al viento la metálica voz con estas palabras: ¡Oh! ¿Qué hay que consultar sobre este punto? ¿Quién dice si se debe perdonar al que ha faltado? ¿Quién hay tan poco cristiano que haga semejante pregunta? ¡Perdonar! ¿Qué es grave la culpa? Mejor: Por lo mismo necesita perdón y olvido.

Salvador hizo una y otra pregunta caprichosa para coger por sorpresa el principal secreto de su amigo; mas este era tan diestro en aquellas artes, que evadió los lazos con extremada gracia.

, él me salvará: yo lo repitió Clara un poco menos asustada y más triste. No, no lo esperes. , lo espero. ¿Por qué no lo he de esperar? ¿Por qué me dice usted eso? ¿Qué sabe usted lo que él puede hacer por mi? ¿Pero es posible que le quieras tanto? dijo Bozmediano, que no creía encontrar tanta firmeza. , le quiero. Pero usted, ¿á qué me pregunta esas cosas?