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Reparando Candido en un Milton, le preguntó si tenia por un hombre sublime á este autor. ¿A quién? dixo Pococurante: ¿á ese bárbaro que en diez libros de duros versos ha hecho un prolixo comento del Génesis? ¿á ese zafio imitador de los Griegos, que desfigura la creacion, y miéntras que pinta Moises al eterno Ser criando el mundo por su palabra, hace que coja el Mesías en un armario del cielo un inmenso compás para trazar su obra? ¡Yo, estimar á quien ha echado á perder el infierno y el diablo del Taso; á quien disfraza á Lucifer, unas veces de sapo, otras de pigmeo, le hace repetir cien veces las mismas razones, y disputar sobre teología; á quien imitando seriamente la cómica invencion de las armas de fuego del Ariosto, representa á los diablos tirando cañonazos en el cielo!

Yo me quedo contestó secamente. La pareja se despidió con un estrecho y efusivo abrazo, al que siguieron algunas lágrimas. ¡Don Jorge! ¿También se va usted? preguntó la Duquesa cuando vio a aquél que parecía aguadar a Tomás para acompañarle. Hasta el cañón contestó. Y, diciendo esto, besó a la Duquesa, dejando encendida su blanca cara y rígidos de asombro sus entumecidos nervios.

«Y qué, ¿qué es? preguntó Jacinta picada de la novelería . ¡Ah! Sagunto, ya... un nombre. De fijo que hubo aquí alguna marimorena. Pero habrá llovido mucho desde entonces. No te entusiasmes, hijo, y tómalo con calma. ¿A qué viene tanto ¡ah!, ¡oh!...? Todo porque aquellos brutos...». ¿Chica, qué estás ahí diciendo?

Ó conmigo, paloma. ¡Por San Jorge! la vida es corta y lo mejor es hacerla alegre. ¡No vuelvan á ver mis ojos el puente de Chester si no le digo dos palabritas á esta buena moza! ¿Qué lleva el lagarto ese bajo el brazo? preguntó un tercero. Á ver, manojo de huesos. Venga el envoltorio.

¿Cómo? preguntó cándidamente Paulita; ¿son esas las salvajes que usted dice? No, contesta Juanito imperturbable; se han equivocado... se han cambiado... Esos que vienen detrás. ¿Esos que vienen con un látigo? Juanito hace señas de que , con la cabeza, muy inquieto y apurado. ¿De modo que esas mozas son los cochers?

¿Le habrá hecho a V. daño el cigarro? le preguntó Miguel. ¡, no señor!... No comprendo lo que pudo ser... Acaso el ron que me dieron estaría malo. Sin embargo, el cigarro... V. escupía mucho... No señor, no; estoy acostumbrado. Viéndole aún bastante pálido y desfallecido, Miguel llamó a un coche de punto, le hizo subir a él y le condujo a su casa, situada en la calle del Sacramento.

A estas razones respondió con éstas disparatadas Sancho, que, hablando con Merlín, le preguntó: -Dígame vuesa merced, señor Merlín: cuando llegó aquí el diablo correo y dio a mi amo un recado del señor Montesinos, mandándole de su parte que le esperase aquí, porque venía a dar orden de que la señora doña Dulcinea del Toboso se desencantase, y hasta agora no hemos visto a Montesinos, ni a sus semejas.

Entonces entendieron que no les avia dicho que še guardaššen de levadura de pan, šino de la docktrina de los Pharišeos y de los Sadduceos. Y viniendo Iešus en las partes de Cešarea de Philippo, preguntò

¡Camucha! gritó Zoraida como si hubiera experimentado un dolor punzante. Todos miraron a Laura. Se había levantado con los ojos fijos en Carmen y algo indecible en la expresión. Adriana la vio palidecer y buscar un arrimo. ¿Pero qué dijo Carmen? preguntó Julio, yo no alcancé a oír, no alcancé a oír.

En Granada fue cantonal cuando la revolución, y echó de su altar a la Santísima Virgen aquí el señor Vicente se quitó el sombrero e hizo una reverencia . Pues bien; le tengo hecho un corderito, y hace un mes se inscribió en la Hermandad del Sacramento de su parroquia. Es mi mejor conquista. ¿Y esos ojos cómo van? preguntó Isidro. ¡Cómo quiere usted que vayan! Mal, muy mal. Me sofoco demasiado.