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Recibió el Emperador estos tres Embajadores, que fueran Rodrigo Perez de Santa Cruz, Arnaldo de Moncortes, y Ferrer de Torrellas, y en presencia de la mayor parte de sus Consejeros y Ministros, y con mucha aspereza les dijo: que el Imperio de los Griegos no estaba tan acabado y destruido, que no pudiese juntar ejércitos poderosos para castigar su atrevimiento y rebeldía, y aunque eran muchos los servicios que le habian hécho en la guerra de Oriente, ya los habian borrado con sus excesos y demasías, y con la poca obediencia y respeto que tenian á su corona: que él haria lo que tocaba y fuese razon; en lo demas les aconsejaba, que no se precipitasen con desesperacion á lo que tan mal les estaba, y que no pidiesen con violencia lo que con la misma se les podia negar; que la fidelidad de que ellos tanto se preciaban se perdia, si las mercedes se pedian por fuerza á su Príncipe.

Al pobre Trifón le salían los versos montados unos sobre otros: igual defecto tenía en los dedos de los pies. El entierro del ateo fue una solemnidad como pocas. Acompañaron a la última morada el cadáver del finado las autoridades civiles y militares; una comisión del Cabildo presidida por el Deán, la Audiencia, la Universidad, y además cuantos se preciaban de buenos o malos católicos.

No podía ni quería retroceder y charlar de nuevo y reanudar amistades con las mozuelas que antes había tratado, las cuales, ofendidas ya, le darían acaso mil sofiones; ni menos podía intimar, aunque lo desease, con las hidalgas y con las hijas de los labradores ricos, que se preciaban de señoritas y que huirían de ella, así por la humilde posición de su madre como por su ilegítimo nacimiento y por la mala fama que le habían dado en el lugar, y que entre todos sus habitantes cundía.

Así es que en la Fábrica gozaban de detestable reputación, y eran tachadas de ávidas, tacañas y apegadas al dinero, y acusadas de cebarse en la ganancia abandonando su casa por un ochavo, al par que las de Marineda se jactaban de rumbosas, y se preciaban de mejores madres.

El mismo D. Sancho, que se hallaba desposeido de su trono; su abuela la reina Theuda; el rey de Navarra, su hijo; Ordoño IV, rey de Galicia; la condesa de Galicia, madre del conde Rodrigo Velascon; el conde D. Vela y sus hijos, etc.: todos los cuales fueron alojados, mantenidos con gran decencia, y espléndidamente agasajados por An-nasír y Alhakem, que se preciaban de ser el amparo y refugio de los príncipes estrangeros.

Fácilmente se explica lo defectuoso de esta división, recordando, que, en los teatros españoles, no se preciaban los directores de ser muy escrupulosos en cuanto se refería á la propiedad escénica, ya en los trajes, ya en las decoraciones, y que, diferenciándolas tan sólo por esta circunstancia externa, quedaba á su arbitrio el ordenarlas en ésta ó en la otra categoría.