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Comieron y bebieron alegremente como dos camaradas: el tío puso en práctica su tema pedagógico de la expansión. A los postres tenía las mejillas bastante coloradas y hablaba por los codos. ¿Sabes, Miguel?... Ahora, por la tarde te perdono el colegio. Una tarde más o menos importa poco.

Se necesitaba un valor heroico para aceptar la invitación á sus comidas, que ella misma preparaba. A los postres hay que pedir por teléfono un médico, y alguna vez será preciso avisar á la Agencia de pompas fúnebres. Entre risas sofocadas, recordaban la historia de la dueña de la casa. Había sido rica en otros tiempos; unos decían que por sus padres; otros, que por sus amantes.

Dos kilos y medio, señora. Sotero Rico me lo dio de lo superior. ¿Y postres, bebidas?... Hasta Champaña de la Viuda. Son el diantre los curas, y de nada se privan... Pero vámonos adentro, que es muy tarde, y estará la señora desfallecida. Lo estaba; pero... no : parece que me he comido todo eso de que has hablado... En fin, dame de almorzar.

Y el señor de Tapón, sobrecogido, pero con mucha dignidad, aseguró, puesta la mano sobre el pecho, que había sido una distracción, que lo había hecho sin poderlo remediar... Pues sin poderlo remediar se quedará usted hoy sin postres..., y mañana, por supuesto, sin campo...

Á los postres acudieron las anécdotas, los sucedidos, los apropósitos, la chismografía de buen género y todo el vocabulario de gente joven y de buen humor. Con las superfluidades y dicharachos del momento vino el picaresco cuento con sus indispensables gallegos y andaluces, y tras la facundia de estos y el engaño de aquellos, se recordaron escenas amorosas.

Cuando estaba ya en los postres le anunciaron al guarda general: un muchacho lleno de obsequiosidad y balbuciente, que se confundía en salutaciones y no osaba sentarse, tanto le intimidaba la presencia del inspector general.

Obdulia solía responderle con oportunidad y con gracia, dejándole no pocas veces amoscado; pero la preocupación que ahora la embargaba le impidió tomar nota de sus palabras y darles su merecido. Antes de terminar la cena sintiose indispuesta y tuvo que salir a otra habitación y arrojó cuanto había comido. A los postres llegó D.ª Serafina Barrado con su capellán y mayordomo.

Hombre era para pronunciar con suma formalidad y gran reposo: Ayer, en casa de la Lage, se han puesto en la mesa dos principios: croquetas y carne estofada. La ensalada fue de coliflor, y a los postres se sirvió carne de membrillo de las monjas. Comprobada la exactitud de tales pormenores, resultaban rigurosamente ciertos.

Elena sacudió la cabeza riendo a carcajadas. En el amplio comedor se habían colocado dos mesas a las cuales se sentaron más de cincuenta invitados. A los postres se desbordó un río de champagne y otro río aún más caudaloso de brindis en prosa y verso. Los desdichados novios quedaron por más de una hora sumergidos entre ellos. No faltó al cabo una mano caritativa que los sacó de aquel abismo.

Lo primero que se le ocurrió a Cracasch, un día que se le figuró que ya tenía confianza con la familia de Arizmendi, fué, a los postres, imitar el ruido del tren; luego intentó cantar una canción que en la taberna tenía mucho éxito. En esta canción se hace como si se tocara la flauta y el bombo, y como si se comiera en una cazuela, y luego medio se desnuda uno mientras canta.