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Diego Méndez continuó Ojeda fue un héroe de distinta clase; un «superhombre del mar», como diría el amigo Maltrana. Su aventura portentosa asombra aun en los tiempos presentes. Era un mozo sevillano que acompañó a Colón en sus últimos viajes, cuando, viejo, enfermo y sin poder encontrar los tesoros portentosos que había prometido, sentía crecer la indiferencia en torno de su persona.

La masa blanca del caserío partíase más allá del puente de Segovia, y una línea metálica, una barra horizontal y negra, unía los dos lados de este corte: era el Viaducto. Madrid, visto desde allí, parecía una capital portentosa, una imponente metrópoli. Entre el azul del cielo y el verde de los árboles alineábanse las más solemnes manifestaciones de su vida, sus más poderosas grandezas.

D. Pantaleón era un anciano, pero el estado de exaltación de sus nervios le prestaba una fuerza portentosa. Por algunos momentos la lucha se mantuvo indecisa. Varias veces cayeron el uno debajo del otro y otras tantas se alzaron. Los gritos se fueron apagando. El combate se hizo sordo, feroz, desesperado.

Pero ¡oh casualidad portentosa y fijeza de los hados!, las minas en que tenía el mismo D. Juan sus miserables ahorrillos, no quebraban, dejaban un rédito sano y constante.

En el rostro del General se adivinaba muda interrogación. Los ojos de Flavia no eran menos elocuentes. La sospecha cunde con facilidad portentosa. Voy a ver quién es ese hombre dijo Sarto. No, iré yo misma exclamó la Princesa. Pues en tal caso, venga Vuestra Alteza sola murmuró Sarto.

Y cuando uno no es hijo ni sobrino de ningún político gallego cosa rara, dada la portentosa facultad de reproducción que caracteriza a esta especie , entonces tiene uno que hacerle el amor a una de sus hijas o a una de sus sobrinas. Huelga advertir que a los que emparentan por este procedimiento con los prohombres de la política se les llama parientes políticos.

Monumentos hay, en aquella tierra portentosa, á los que se atribuyen más de cinco mil años de edad, cuya perfección y magnificencia no han sido después superadas. Cualquiera de ellos da muestra de que ya se conocía la escritura. La más antigua, la monumental y lapidaria, es la hieroglifica, que siguió empleándose hasta el reinado del emperador Decio.

Graves y barbudos santos, alineados con la compostura propia de los círculos celestes aparecen en el centro de este gran Apocalipsis de madera dorada, terminando tan portentosa máquina un Cristo colosal, cuyos brazos, que se abren contraídos por los dolores corporales, parece van á estrechar en supremo abrazo á todo el linaje humano.

El hombre cristiano vivió para la ciencia, para la moral, para el dogma, para la política, para el arte, para la industria, para el comercio, para el oficio, para todo lo que encontró en el universo; porque ese universo, todo ese cúmulo de poder, de grandeza y de gloria, era la alta ciudadanía que daba Dios al nuevo ciudadano. ¡Mudanza portentosa! ¡Trasformacion inconcebible y adorable! ¡Catástrofe divina!

El rumor, la suposición, la calumnia, si era calumnia; la hablilla, en fin, si así queremos llamarla, se movió en efecto con rapidez portentosa.