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Despachélos a todos uno por uno lo mejor que pude, acosté a mi tío, que aunque no tenía zorra tenía raposa, y yo acomodéme sobre mis vestidos y algunas ropas de los que Dios tenga que estaban por allí. Pasamos de esta manera la noche. A la mañana traté con mi tío de reconocer mi hacienda y cobrarla. Despertó diciendo que estaba molido y que no sabía de qué.

Según el censo mandado formar por el virrey-bailío Gil y Lemus, contaba la ciudad en el recinto de sus murallas 52.627 habitantes, y para tan reducida población excedía de setecientos el número de carruajes particulares que, con ricos arneses y soberbios troncos, se ostentaban en el paseo de la Alameda. Tal exceso de lujo basta a revelarnos que la moralidad social no podía rayar muy alto.

Al principio, Pomerantzev leía muy bien, con voz expresiva; pero los cirios y las flores que cubrían el cuerpo del difunto no tardaron en atraer su atención. Acabó por leer de un modo incoherente, saltándose muchas líneas. La monja se aproximó a él sin que lo advirtiese, y, suavemente, le quitó de la mano el breviario.

Si piensa usted en que el sentimiento de este deber existía en ella reforzado por el empeño de demostrar a ese incrédulo el poder de los escrúpulos escarnecidos por él, reconocerá que la muerte debía presentársele de nuevo y fatalmente como el término de su desventura.

Ya otras veces se ha procurado prenderle; pero no cómo consigue evadirse de la Justicia, y pasea después su cinismo por todas las calles de Madrid, por todos los clubs. Esta vez no creo que se nos escape. Ya daremos con él.

Este tocamiento del fierro con la piedra para que la virtual demostrativa sea engendrada, se ha de hacer dando con un martillo algunos golpes en aquella parte de la piedra que se ha de tocar, es á saber, en el norte ó en el sur, y allí le saldrán unas barbas donde se ha de refregar la punta del fierro como quien lo amolase, y quedarle tan pegadas algunas de las dichas barbas de la piedra, y así tocados y pegados los fierros hase de tomar una punta de latón de figura piramidal, que es abajo ancha y arriba hace punta, y por lo bajo ó ancho se ha de barrenar con un taladro.

No hay mas, replicó Zadig, que hacer baylar á quantos pretenden la dignidad de tesorero; y el que con mas ligereza baylare, será infaliblemente el mas hombre de bien. Os estais burlando, dixo el rey: ¡donoso modo por cierto de elegir un ministro de hacienda! ¿Con que el que mas listo fuere para dar cabriolas en el ayre ha de ser el mas integro y mas hábil administrador?

Los Moros restablecieron las murallas y dotaron á Córdoba de todos los bellos monumentos que embellecieron la residencia de la corte de los Ben-Omeyas; pero la ciudad fué en gran parte destruida por las huestes de Fernando III de Castilla, al rescatarla en 1236.

No había acabado de decirlo, cuando oyeron los chillidos del pobre niño. No pudiendo contenerse, Guillermina se levantó y fue hacia la chapa agujereada, y por allí echó estas vehementes expresiones: «¡Hijo mío, esa loca que no viene!... tienes razón... ¡bribona!

El duque los examinó rápidamente. Eran los papeles que le había robado el tío Manolillo, y que le tenían sujeto. ¿Qué precio queréis por estos papeles, don Francisco? Yo no vendo seguridades ni en ser soplón he pensado nunca. Lo que quería ya lo tengo, una audiencia vuestra. El duque se acercó á una bujía y quemó uno por uno aquellos papeles.