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Cierto que el rival por quien Clara le dejaba era Dios mismo; pero D. Casimiro no se aplacaba con esto. ¿Si querrá ser monja decía, para no casarse conmigo? Valiera más haberlo pensado con tiempo y no ponerme en ridículo ahora. Sin duda que para es menos cruel que me deje por tan santo motivo que no que me deje para casarse con otro mortal. Yo no hubiera consentido esto último.

«Pero mujer, ¿qué haces ahí detrás de ? murmuró él sin volver la cabeza . Lo que digo, hoy parece que estás lela. Ven acá, hija». ¿Qué quieres? Niña de mi vida, hazme un favorcito. Con aquellas ternuras se le pasó a la Delfina todo su furor de coscorrones. Aflojó los dientes y dio la vuelta hasta ponérsele delante. «Hazme el favorcito de ponerme otra manta. Creo que me he enfriado algo».

Con esto llegaron al punto en que la vereda se dividía y se separaron. Pronto nos veremos dijo el veterano. Dentro de un rato iré a ponerme a la disposición de usted y saludar a sus patronas. Dígale usted de mi parte a la Gaviota gritó Momo que me tiene sin cuidado su enfermedad, porque mala yerba nunca muere. ¿Hace mucho tiempo que el comandante está en Villamar? preguntó Stein a Momo.

''Pues, hermano -le respondí yo-, vos os podéis volver a vuestra China a las diez, o a las veinte, o a las que venís despachado, porque yo no estoy con salud para ponerme en tan largo viaje; además que, sobre estar enfermo, estoy muy sin dineros, y emperador por emperador, y monarca por monarca, en Nápoles tengo al grande conde de Lemos, que, sin tantos titulillos de colegios ni rectorías, me sustenta, me ampara y hace más merced que la que yo acierto a desear''.

Mira, amiguito mío, cómo vencen los de aquí. Ya van los otros en retirada. ¡Grande y poderoso rey! Daría la mitad de mi vida por ponerme encima de su casco, de aquel áureo yelmo, ante cuya cimera se inclinarán con pavura todos los monarcas y naciones de la tierra.

'Pero yo ¿qué le voy a decir, si lo único que es que usted lo pase bien, y en saliendo de ahí soy hombre perdido...?. Ya te he contado mil veces la saliva amarga que tragaba ¡ay, Dios mío!, cuando mi madre me mandaba ponerme la levita de paño negro para llevarme a tu casa.

Antes de ponerme a escribir acerca de ella, quizá debiera examinar algunos documentos referentes a su erección y desenvolvimiento, a fin de que las futuras generaciones, cuando lean el presente estudio, sepan a quién deben las fieras el piadoso hospital que hoy disfrutan.

Vaya, ¡seré yo tochona!... ¡Pues si es el sobrino de don Celso!... ¡Vile yo en misa el domingo! ¡Hija, qué torpe de !... Y ¿cómo está usté? Mire, señor don Marcelo, ha de perdonarme si me jaya de este arte, porque he estado amasando en la cocina con la mi madre y las mozas pa la jorná de esta noche, y ahora mismu iba a ponerme un poco más cristiana...

Me ha contado que le había amado á usted mucho ... Y por su actitud, por el tono con que me hablaba, juraría que aún.... ¡Calla, desgraciado! interrumpió Fortunato con un ademán de horror. Gracias á Dios esto libre de ella y el diablo mismo no me haría ponerme voluntariamente en su presencia ... ¡Calla! ¿has cambiado la cabeza de tu desposada?

Estas cosas herían e inquietaban vagamente al joven sacerdote. Las bromitas que la beata se permitía de palabra también rebasaban algunas veces los límites convenientes. Un día le dijo repentinamente: ¿Sabe usted lo que estoy pensando, padre? Que el ángel que viene muchas veces a ponerme la mano sobre la cabeza tiene los ojos muy parecidos a los de usted. Y soltó la carcajada al decirlo.