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No hablemos de eso una palabra, porque no me conviene serviros de ese modo... temo á la condesa más que á una daga huída, y por nada del mundo me atrevería á ponerme en su desgracia. Pero otros medios hay, don Francisco, y en dejándoos yo en poder de quien me paga, os serviré de balde. ¿Y de qué modo? Haciendo que la condesa os suelte.

¿Pensáis -le dijo a cabo de rato-, villano ruin, que ha de haber lugar siempre para ponerme la mano en la horcajadura, y que todo ha de ser errar vos y perdonaros yo?

Muchos eran los días que esta joya descansaba en su estuche. No se debe quitar el anillo de novios declaró sentenciosamente Diana. ¿Qué quieres? He estado tan atormentada, he pasado por tales angustias, que no es extraño que se me haya olvidado de ponerme hoy esa alhaja. Eso no es una alhaja, es tu anillo insistió Diana.

Estoy dispuesto a seguirle al instante... Si usted me permite, encenderé el quinqué para quitarme las zapatillas y ponerme los zapatos... Todo lo que usted quiera, señor excusador se apresuró a decir. Puede usted tomarse el tiempo que guste y mandar a la cárcel cuantos efectos tenga por conveniente. El sacerdote sacó un fósforo y se dispuso a encender el quinqué. El juez quedó estupefacto.

-También la tengo yo -respondió Sancho-, pero si yo le hiciere ni le probare más en mi vida, aquí sea mi hora. Cuanto más, que no pienso ponerme en ocasión de haberle menester, porque pienso guardarme con todos mis cinco sentidos de ser ferido ni de ferir a nadie.

Y con esto y no tener ya nada que ponerme salvo la daga y la espada que me han quitado, recibid mi agradecimiento, alguacil desalguacilado, y vamos, que el moverme me hará provecho. Acercad y asíos de mi capa. Téngoos ya. Pues marchemos, y silencio. Silencio y marchemos.

Mas al día siguiente tuve ocasión de ponerme serio, cuando, al presentarme a Don Oscar, éste me entregó un papel doblado, diciéndome: Ahí tiene usted la lista de sus obligaciones o de los trabajos que ha de desempeñar en esta casa.

El tiempo restante lo consagró al adorno de su persona. Contempló con mirada perpleja unos cuantos centenares de vestidos que había hecho y rehecho, preguntándose con desconsuelo: ¿Cómo me arreglaré para recibir dignamente á tan gran personaje? Verdaderamente, tengo muy poco que ponerme.

Villa, guiñándome el ojo, entabló nueva conversación, y a los pocos momentos nadie se acordaba de tal desagradable incidente. Dormí bastante mal aquella noche. De un lado, la incertidumbre sobre lo que debía hacer para ponerme de nuevo en relación con mi adorada monja, de otro, la dureza bravía de la cama, me hacían dar más vueltas que un argadillo.

La cual, después de contemplarle con cariñosa avidez unos momentos, añadió: Pues yo : «¡A ella, Cornias; a ella solaMal andaba yo de fuerzas entonces, ¡muy mal!... no podía andar peor; pero me hubiera atrevido a jurar que estaba usted gastando las últimas en ponerme en manos de Cornias... ¡Ay, Leto!