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Los que más se han señalado y extremado en el siglo presente por su reprobación de los toros han sido el ilustre don Gaspar Melchor de Jovellanos y el ingenioso poeta y marino don José Vargas Ponce, y recientemente D. Luis Vidart y el marqués de San Carlos. Contra todos ellos combate valerosamente el conde de las Navas, y logra, en mi sentir, completa victoria.

No puedo decirlo exactamente; pero se acerca a medio millón repuso Príncipe. Si es así, debo declarar que la conducta de la señora Ponce es tan honrada como justificada contestó el señor Robinson. No seré yo quien se atreva a oponer dudas ni obstáculos al cumplimiento de las intenciones de mi difunto marido añadió la de Galba. Y la entrevista se terminó.

La fantasía de aquellos conquistadores se exaltó de tal manera con esas imágenes fantásticas y engañosas, que uno de ellos, Manuel Ponce de León, después de hacer grandes preparativos, emprendió una expedición para descubrir las fuentes de la juventud perpetua. Continuación y fin de la crítica particular de las obras dramáticas más notables de Tirso.

Pues, en camino para reunirse con su madre; partió ayer en el vapor, con rumbo al Este y transportada por favorables vientos hacia aquélla que, sin duda, la espera con los brazos abiertos. La señora de Ponce permaneció inmóvil. El coronel sintió que su pecho se encogía poco a poco, pero apoyose contra una silla, y se esforzó en ostentar una galantería caballeresca unida a la severidad del togado.

Mi deber como abogado, legislador y ciudadano de la Unión, es restituir la niña a su afligida madre... cueste lo que costare. Pero, ¿dónde está? repitió la señora de Ponce, fija todavía la vista en el semblante del coronel.

Aquella noche había Carolina confiado sus desdichas e historia a Catalina, y esta excéntrica señorita, en lugar de prodigarle los consuelos de la amistad, mostrábase vehemente, indignada contra la indecisión de Carolina, y defendía las pretensiones de la señora de Ponce del modo más entusiasta y convincente.

Tengo el mayor gusto en servirla a usted en esto y en todo lo poco que yo pueda. Gracias, gracias. Poco después salía de mi casa la excelente señora, habiendo dejado en ella cierta atmósfera de tradición secular, de enhiesto orgullo, de olímpica y desmesurada soberbia. Señora doña Melchora Ponce del Ebro de Nuezvana.