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Hasta ahora hemos debido de tener por vanguardia una partida de gentes famélicas, á juzgar por la limpia de vituallas que han hecho en todo el camino. Desde que salimos de Dax trae á la grupa mi escudero un saco de exquisitas trufas, pero estad seguro de que no hallaremos una sola gallina ni un mal pollastre con que comerlas mientras no dejemos atrás á esos voraces merodeadores.

Comenzó a visitar las casas de los amigos, a presentarse en el café, a pasear por las calles, a charlar, a discutir. No volvió a hablar de marcharse. Hasta, con gran pasmo de la villa, en uno de los bailes que se dieron en el Liceo, bailó toda la noche como un pollastre que por primera vez pisase el salón. No obstante, Cecilia estaba muy inquieta.

No fue, no, avinagrado el gesto de Granate al chuparlo. ¡Ya lo creo que me lo fumaré! exclamó sonriendo beatamente. Me salen a doscientos pesos el millar... Pero ahora, después de chuparlo usted, vale un millón... Vamos, no empieces a decir brutalidades. Llévame a casa... Esta luz me marea. Llegaron hasta la corrada cogidos del brazo. Allí un pollastre les dijo desde lejos: ¿Dónde van ustedes?

Doña Águeda agradecía este triunfo como Fidias pudiera haber agradecido la admiración que el mundo tributó a su Minerva. ¡Es una estatua griega! había dicho la marquesa de Vegallana, que se figuraba las estatuas griegas según la idea que le había dado un adorador suyo, amante de las formas abultadas. ¡Es la Venus del Nilo! decía con embeleso un pollastre llamado Ronzal, alias el Estudiante.

Al fin dejó de sonar el piano repentinamente. Las parejas, en virtud del impulso adquirido, dieron otros tres o cuatro saltos sin música, lo cual hizo sonreír a Marta. Antes de sentarse, las muchachas pasearon unos momentos por el salón de bracero con sus galanes, anudando alguna rota e interesante plática. El pianista recibía las gracias efusivas del pollastre del pelo por la frente.

Porque en aquella época eran muy pocos todavía los que desdeñaban este calzado patriótico y confortable. Tal cual pollastre que por haber estado en Valladolid estudiando medicina se creía por encima de estas ruindades y alguna que otra damisela melindrosa que afectaba el no saber andar con ellas.

Un suceso inesperado vino a sacudir el letargo y aburrimiento que la tertulia me causaba. Daniel Suárez, el odioso malagueño que me había inspirado tantos recelos y que aún me los inspiraba, fue presentado a las de Anguita por un pollastre en que no me había fijado. Esto no tenía nada de particular. Por aquella tertulia pasaban todos los forasteros, como habían pasado ya todos los naturales. Sin embargo, me produjo cierta emoción y, ¿por qué no decirlo?, bastante malestar. Disimulé cuanto pude, mostrándome afable.