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Monte, ruletas, dados, polacas y lotería de cartones, congregaban todas las noches en la Plaza a los piadosos villaverdinos, que allí dejaban los cuartos para que los ediles nivelaran con el producto de las «rifas» el presupuesto municipal siempre deficiente. No lo que ahora sucede en Villaverde.

Las rosas me hacían el efecto de princesas cautivas, y exhalaba quejas para que las libertaran, los girasoles eran sacerdotes revestidos con sus hábitos sacerdotales, y las dalias, jóvenes polacas con papalinas rojas.

Acabó Diciembre, nos dijo adiós, y se fué, casi sin ser visto, mientras la gente corría hacia los templos a dar gracias, a pedir mercedes para el año nuevo, o se entretenía, alegre y divertida, jugándose los cuartos en polacas y loterías. Desde la noche de Navidad no fuí a la Plaza.

Sublevábamos usted y yo a la gente de tercera, echábamos al mar al capital y a todos los tripulantes, desembarcábamos en una isla a los pasajeros serios, destapábamos los miles de botellas y toneles que hay en los almacenes, y nos íbamos... ya se vería adonde, con todas las mozas rubias, polacas y vienesas de la compañía de opereta que viene abajo.

Hasta veo tres coristas que se han vestido de negro con ropas prestadas por las amigas. Son polacas... Y más allá, mire usted a doña Zobeida envuelta en su manto americano, y a nuestra amiga Conchita con mantilla española... En el centro está Nélida, una Nélida que parece otra, humildita al lado de su madre, con la cabeza baja, sin nada llamativo, húmedos los hermosos ojazos. ¡Pobrecilla!

Son cerca de las nueve, y no se ha presentado todavía. Puede ser que en la casa de mi señor hermano, que tenía costumbres polacas, cultivaran el hábito de quedarse en la cama hasta las doce ¡pero en una casa bien manejada como la mía, no habría que pensar en eso, Adalberto! Yo sabré poner orden. No comprendo, mi querida Enriqueta, por qué me diriges los reproches que son para tu sobrina.

Un chileno forzudo, gran amigo mío, se levantó con resolución. «Oiga, godito: vamos a ver si nos traemos a algunas de esas damasAbajo, en un corredor, cazamos a dos coristas polacas que iban tranquilamente desde cierto lugar a su camarote, y mi amigo el atleta las subió casi en volandas sin entender sus palabras. ¡Gran éxito!