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Un mayor Muslera, de auxiliares, decía una vez en presencia de muchas personas, en Montevideo: «Hasta ahora he podido descubrir por qué me ha tenido preso e incomunicado el general Rosas durante dos años y cinco meses. La noche anterior a mi prisión estuve en su casa.

Que el lector me disimule esta digresion, de que no he podido prescindir ántes de decirle que de Berna á Thun, remotando el risueño valle del Aar central ó sub-lacustre, el viajero se siente subyugado por el encanto indefinible que atesora la Suiza central.

Como si estallara dentro de su cuerpo un petardo, se levantó el confesor. No se había podido contener. Usted me... dispensará, Sr. D. Carlos dijo con torpe lengua , pero mis deberes militares.... No se pertenece uno desde que se mete en ciertos trotes. , ... vaya usted.... ¿Cuántos hombres hay en Elizondo? Doce mil y ochenta caballos. Con permiso de usted....

Nuestras entrevistas eran raras y cortas. Su marido era celoso y la vigilaba de cerca. Podíamos muy bien darnos algunas citas por los medios más vulgares. Pero todo lo que era vulgar, todo lo que hubiese podido degradar nuestro amor, nos repugnaba igualmente a ambos... Los meses se pasaron en este encantamiento y en esa contrariedad.

El sueldo con que en el colegio remuneraban sus buenos oficios, no pasaba de veinte duros mensuales; y como no se le conocía otro, pues no había podido recabar retiro, según se decía, a causa de sus peligrosas opiniones, teníase por seguro que con las cien pesetas se mantenía a y a su familia; el cómo no he de decirlo ahora, aunque bien lo ; lo reservo para otra ocasión.

A medida que avanzaba el tiempo, sin que la criada volviese al hogar, crecía la angustia del ama, quien, si al principio echó de menos a su compañera por la falta que en el orden material hacía, pronto se inquietó más, pensando en la desgracia que habría podido ocurrirle: cogida de coche, verbigracia, o muerte repentina en la calle.

He podido conseguir de mi marido y de mis hermanos permiso para trasladar a mi Alfonso del colegio de Lyón al de los Jesuitas establecido en Belley, al lado de la frontera de la Saboya. Yo misma le he acompañado; y después de haberlo dejado bajo la confianza de los padres, he llorado mucho. 27 de octubre.

El cura me apretaba la mano fuertemente, y yo besé la suya, que regué con unas lágrimas que hacía años no había podido derramar. Cuando hubo pasado aquel momento de profunda emoción, el cura se apresuró a presentarme a dos personas respetabilísimas, sentadas cerca de nosotros y que no habían sido las que menos se conmovieran con el relato del maestro de escuela.

¡Ay, el espejismo seductor de los países de sol! ¡La embriaguez engañosa de la luz y los colores!... ¡Y ella había podido sentir un amor de unos cuantos meses por aquel mozo rudo y grosero, y había celebrado como rasgos ingeniosos las torpezas de su ignorancia, y hasta le exigía que no abandonase sus costumbres, que oliera a toro y a caballo, que no borrase con perfumes la atmósfera de fiera animalidad que envolvía a su persona!... ¡Ay, el ambiente! ¡A qué locuras impulsa!...

De las contestaciones que obtuvo el sabio viejo, hemos podido recoger aquella parte que por ser menos profunda está más a nuestro alcance y vamos a ver si acertamos a transcribirla clara y fielmente.