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El "Saint-Simon". Puerto Cabello. La fortaleza. Las bóvedas. El general Miranda. Una sombra sobre Bolívar. Las bocas del Magdalena. Salgar. La hospitalidad colombiana. Salí de Caracas el martes, 13 de diciembre; el día y la fecha no podían ser más lúgubres.

Las rivalidades entre los individuos de unas y otras hermandades, llegaban á ser á veces terribles y los odios irreconciliables, aunque el origen de todo era tan santo, y en cuantas ocasiones podían molestarse los hermanos, las aprovechaban con creces, usando de todos los medios.

Don Juan recordaba perfectamente las repetidas veces en que Julia le habló de su amo tratándole de grosero, basto y a la pata la llana. Pensándolo bien, estas confidencias de la niñera podían servir de base a las conjeturas en que ahora le hacían caer las frases del estanquero; todo indicaba que sólo el interés, pero un interés poderosísimo, había determinado la boda.

El interior es de una esplendidez que arrebata, á pesar de su estado ruinoso. Los estupendos sótanos, de aquel palacio-fortaleza podian contener millares de soldados, de prisioneros y caballos, los víveres, y municiones y armas en grande escala; en fin, toda una fuerte guarnicion ó pequeño ejército, capaz de resistir por largo tiempo el asedio.

Tomado un verdadero conocimiento de estos pasos y caminos, podian fortificarse, y repararse, extendiendo á ellos las guardias de las fronteras, porque cortadas estas avenidas, y la del Choelechel, quedaban libres las demas campañas, y á Buenos Aires, y poblaciones del Rio Negro se daban la mano por tierra para su comunicacion, para la cria y fomento de ganado, y para la extension de sus poblaciones.

A su desmedido afán de brillar en fiestas y saraos, a su gozo en ajar la vanidad de las amigas, hallaba siempre respetuoso, pero claro correctivo en la palabra del cura, obrando éste tan discretamente, que sus frases podían parecer a la duquesa avisos de su propia conciencia.

El Hombre-Montaña seguía respirando ruidosamente, y sus ojos apenas entreabiertos podían ver lo que ocurría alrededor de él, aunque de un modo vago. Distinguió cómo se movían sobre la arena obscura de la playa algunos animales todavía más obscuros. Sin duda eran compañeros de los asesinos, que se quedaban abajo para dar la señal en caso de peligro.

Sonrió ante la suposición absurda de haberse presentado así, cuatro años antes como quien dice cuatro siglos , en aquellos duelos de París, donde padrinos y adversarios sólo podían ir decentemente en busca de la muerte con sombrero de copa de ocho reflejos.

Ya que don Pablo deseaba el matrimonio de Margalida con el señor y daba palabra de que esto no traería ninguna desgracia a la atlota, podían casarse. Era un gran infortunio para los dos viejos verla marcharse de la isla, pero preferían esta tristeza a conservar a su lado como yerno a Febrer, que les inspiraba un respeto irresistible.

Por fin, la afición a la historia y el interés que, apenas comenzó a hombrear, mostró para seguir en conversaciones o lecturas la marcha de los sucesos políticos tan agitados en aquel tiempo le hicieron inclinarse a la abogacía, carrera en que la antigüedad de los pueblos, la política, el derecho y las letras, aparecían a sus ojos formando, no un camino más o menos ancho, sino un conjunto de senderos que podían llevarle a suertes prósperas y varias.