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En el café, en los círculos todos, se referían maravillosos cuentos, como los de magia. Aquí un pobrete audaz había redondeado colosal ganancia en pocos meses. Allá una idea feliz, engendrando el más pingüe de los negocios, había hecho poderoso al que un año antes era mendigo.

D.ª Carolina se enfureció, llamó pobrete, hambrón y holgazán a Mario, y se negó resueltamente a soltar un cuarto. Si te figuras concluyó diciendo que nosotros vamos a mantener vagos toda la vida, estás muy equivocada. Esta amenaza la llenó de terror. Se humilló, procuró desarmarla prometiendo no volver a pedirle dinero. Y corrió, como siempre, a encerrarse en su cuarto para llorar perdidamente.

El pobrete no sabía otra cosa que aguar el vino, vender gato por liebre y ganar en su comercio muy buenos cuartos, que su bellaca mujer se encargaba de gastar bonitamente en cintajos y faralares, no para más encariñar a su cónyuge, sino para engatusar a los oficiales de los regimientos del rey.

Han de saber V. Mds. que estando hoy en San Salvador, llegó un niño a este pobrete, y le dijo que si era yo el alférez Joan de Lorenzana, y dijo que , atento a que le vio no qué cosa que traía en las manos. Llevómele, y dijo, nombrándome alférez: «Mire V. Md. qué le quiere este niño». Yo que luego entendí la flor, acepté.

Entonces el Marqués , metiendo las manos en los chapines, dijo: ¿Por qué hemos de consentir que no contradiga el Duque que lleve preso un alguacil a un pobrete como el Cojuelo? ¡Por vida de la Marquesa que no lo ha de llevar!

Pero la pobre Carlota fue desde aquel día la víctima, la cenicienta de la casa. Su madre la trataba con increíble desprecio; no perdonaba ocasión de vejarla con indirectas crueles. Presentación la ayudaba en esta tarea simpática. A me gustaría colocarme así, espléndidamente, como mi hermana. ¡Casarme con un pobrete! ¡Puf! Oyes, Carlota, ¿tu marido compra por fin mylord o faetón?

Mi tío Ramón era un pobrete que sólo había aportado al matrimonio su decencia con lo encapillado, como rezaba la antigua fórmula testamentaria. Se trató de mi educación; mi tío, que se interesaba por , quiso tomarme maestros de idiomas y proporcionarme una enseñanza esmerada, pero todo fue en vano.

Sus oídos, hechos a la lisonja, no escucharon nunca frases que la turbaran; nada la hicieron sentir aquellos hombres que podían desearla como joya colocada al alcance de sus manos, y ahora ella ponía espontáneo y terco empeño en recordar los dichos más sencillos, las más insignificantes galanterías de un pobrete, a quien aterraba un gasto de cinco mil reales.

Todo es nuevo para este pobrete que pasó su vida rodando por casas de huéspedes de las más baratas, y en cuanto a buques, no ha visto otros que las barquillas del estanque del Retiro... Y esto es grande, ¡muy grande! Calló un instante, como si concentrase su pensamiento para apreciar mejor tanta grandeza, y luego continuó: Lo que nos rodea aún es más enorme.

Amiga del boato, manirrota, terca y regañona, atosigaba al pobrete del marido con exigencias de dinero; y aquello no era casa, ni hogar, ni Cristo que lo fundó, sino trasunto vivo del infierno. Ni se daba escobada, ni se zurcían las calcetas del pagano, ni se cuidaba del puchero, y todo, en fin, andaba a la bolina. Madama no pensaba sino en dijes y faralares, en bebendurrias y paseos.