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Una tarde, Holguín se paseaba melancólicamente en Bogotá, cuando del seno de un grupo liberal, salió el grito de: «¡Abajo los conservadores!». Holguín se dio vuelta tranquilamente y encarándose con el gritón, le dijo con su acento más culto: «¿Tendría usted la bondad de indicarme cómo es posible colocarnos más abajo aun de lo que estamosLos rieurs se pusieron de su lado y siguió plácidamente su camino.

Galba lo mandó a todos los diablos. Ah-Fe lo contempló plácidamente y retirose decidido a poner en práctica su propósito. Con todo, antes de marcharse de Fiddletown, encontrose por casualidad al coronel Roberto y se le escaparon algunas frases incoherentes que interesaron al militar. Cuando hubo terminado, el coronel le entregó una carta y una pesada moneda de oro.

Justamente éste acababa de recitar el conjuro que le había enseñado María-Manuela. Al oir el golpe de la puerta, no imaginando que fuese la suya, sino la del vecino, tomólo por feliz agüero que venía á coronar la escena amorosa que acababa de pasar. Una sonrisa de beatitud dilató su rostro y quedó plácidamente dormido.

Es una gran alegría hallarse así en la naturaleza virgen, sólo á algunos pasos de los campos arados en surcos paralelos y sentirse obligado á trazarse un camino por entre las piedras y la maleza, no lejos del honesto burgués que se pasea plácidamente contemplando sus cosechas.

Las divisiones de partido, terribles, salvajes durante la lucha, se disipan al día siguiente y no salvan nunca los límites de la vida social. ¡Y las cosas que se dicen y la manera cómo un conservador me presentaba a un radical, su amigo íntimo, que le oía plácidamente decir iniquidades para, a su vez, pintarme a los godos a través de sus pasiones!

Nada de dominaciones, ni de Estados Unidos de Europa y otros líos: contentábase con ser un hombre que tuviese asegurada la satisfacción, sus necesidades, y pasase la vida plácidamente entre la abundancia y el estudio. Y el joven, al escribir sus traducciones, soñaba con tener algún día habitación propia, muchos libros y algunos objetos de arte.

Y este soplo de aire cargado de perfumes, subiendo por la nariz al cerebro de los vecinos más inclinados a la poesía y a las dulces expansiones del corazón, se portaba como enemigo declarado del sosiego de los espíritus femeninos y perturbador de la paz de las familias. La villa dormía plácidamente como una sultana, recibiendo la caricia halagüeña de este soplo.

Había vuelto á ser mujer: hablaba plácidamente con él, sonreía á les gendarmes encargados de su custodia, hacía elogios del ejército... «Unos franceses, unos caballeros, eran incapaces de matar á una mujer...» El maître no se sorprendió al ver el gesto triste y enfurruñado de los militares al salir de su deliberación.

Y Ferragut parpadeaba al pasar rápidamente del jardín caldeado por el sol á la penumbra de unas galerías húmedas, sin otro alumbrado que el de la luz diurna descendida al interior de los acuarios: luz que tomaba á través del agua y el cristal un tono misterioso, el tinte verde y difuso de las profundidades submarinas. Esta visita le hacía pasar el tiempo plácidamente.

Yo quería pedirle permiso para que me consienta coger una de las botellas vacías de agua de Vichy, e ir a llenarla con agua del grifo de los laureles. Nadie me verá ni nadie notará nada. ¿Por qué no? Se lo consiento responde la hermana, sonriendo plácidamente. Sepáranse. Apolonio siente maravilloso alivio; se le ha evaporado una gran pesadumbre de encima del corazón.