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Los marqueses de Vegallana sabían tratar a sus convidados con todas las reglas de la etiqueta empalagosa de la aristocracia provinciana; pero en estas fiestas de amigos íntimos, de que a propósito se excluía a los parientes linajudos que no gustaban de ciertas confianzas, se portaban como pudiera cualquier plebeyo rico, aunque sin perder, aun en las mayores expansiones, algunos aires de distinción y señorío vetustense que les eran ingénitos.

En ambos peñascos, el amor llegó al sacrificio; en ambos se confundieron en un postrer suspiro dos almas, con la única diferencia de que en el primero las causas eran originarias de la diversidad de clases y en la segunda partían del fanatismo y superstición mora. Al Pico de los amantes condujo la desesperación á un plebeyo y á la hija de un chamorri.

Las dos hermanitas no podían tenerse en pie, ni cesaban de rezar en castellano y en latín, recitando con fervorosa declamación cuantas oraciones sabían. Tales eran la confusión y anonadamiento de D. Paco, que más de una vez se cayó al suelo. Sólo D.ª María conservaba una entereza heroica y casi bárbara, que hacía creer en la superioridad del temple moral de algunos linajes sobre el plebeyo vulgo.

Aquí el viejo patron de bote, con ínfulas de personaje, se daba sus aires en medio de la turba, apoyado en un remo ó canalete, y acariciando el ancho arete pendiente de su oreja derecha; miéntras que un marinero del vapor, como perteneciente á la aristocracia de los navegantes, le dispensaba su mirada de altiva protección a algún boga plebeyo, diciéndole al pasar: ! por aquí, Peiro?

Si airado un padre forma llanto ó queja, No para provocar el pueblo á risa Le interrumpa el plebeyo, que graceja; Que así nuestra piedad, por tan preciosa Obligación, socorre al afligido, Como naturaleza nos lo avisa... El adversario más encarnizado y constante de las comedias y del teatro de su tiempo, fué Cristóbal Suárez de Figueroa.

Le querían decir, en su opinión, «¿quién eres para pedirme cuentas, para fiscalizar mi administración? ¿Por qué estás metido en la familia, plebeyo miserable?». , plebeyo, pensaba el infeliz; porque si bien sabía, con gran oscuridad en los pormenores, que sus ascendientes habían sido de buena familia, casi lo tenía olvidado, y comprendía que los demás, los Valcárcel especialmente, no querrían recordar, ni casi casi creer, semejante cosa.

Después del rey nadie tiene más altos deberes que . Modelo debes ser, en virtudes y sentimientos, de tanto hidalgo indigno de su prosapia y de tanto plebeyo blasonado por el dinero y la vanidad. No olvides jamás lo que a ti mismo te debes, y a tus gloriosos predecesores.

Pobre plebeyo dijo Francisca con compasión. Estoy segura de que le harás ver que es un honor para él dejarse roer el dinero por tus lindos dientecitos aristocráticos. Petra sonrió sin responder. ¡Bah! replicó Francisca sin poderse contener, una partícula no es cosa que se come... ¿Qué le vas a dar en cambio a tu marido? Nada respondió Petra desdeñosa.

¡Válame Dios, y con cuánta gana debes de estar esperando ahora, lector ilustre, o quier plebeyo, este prólogo, creyendo hallar en él venganzas, riñas y vituperios del autor del segundo Don Quijote; digo de aquel que dicen que se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona!

Además los indianos no quieren nada que no sea de buen tono, que huela a plebeyo, ni siquiera pueda recordar los orígenes humildes de la estirpe; en Vetusta los descreídos no son más que cuatro pillos, que no tienen sobre qué caerse muertos; todas las personas pudientes creen y practican, como se dice ahora.