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Conocía la casa donde cada prebendado iba a pasar la tarde después del coro, los nombres de las señoras o de las monjas que les rizaban las sobrepellices, y las rivalidades sordas y feroces entre estas admiradoras del cabildo que se esforzaban por vencerse blanqueando y planchando la batista canonical.

En cierta ocasión, estando las dos planchando las enaguas de una muñeca, la cruel muchacha le dijo con cierto tonillo de burla: Si tanto me quieres, ¿a que no eres capaz de ponerte por esta plancha en un brazo? María levantó con decisión la manga del vestido y aplicó la plancha encendida al brazo, ocasionándose una horrible quemadura.

No sólo había perdido grandemente en el aspecto general de su persona, en su aire distinguido y decoroso, sino que su misma hermosura había padecido bastante, a causa del decaimiento general, y más aún del chirlo que tenía en la mandíbula inferior, bajo la oreja izquierda. Estaba ella planchando unas chambras, y la ligereza de su vestido permitía ver sus bellas formas enflaquecidas.

Las causas por las cuales se queda una «planchando» son muy variadas, y es difícil señalarlas todas. Desde luego, muchas veces tiene la culpa la dueña de casa donde se realiza el baile. La función de la dueña de casa requiere una gran actividad diplomática, a fin de que todas las señoritas que asisten a la fiesta sean atendidas y obsequiadas.

Anduvo Jaime algunos pasos por las azuladas piedras de la calle, falta de aceras, y se detuvo luego para contemplar su casa. No era más que un pequeño resto del pasado. El antiguo palacio de los Febrer ocupaba toda una manzana, pero había ido empequeñeciéndose con el paso de los siglos y los apuros de la familia. Ahora una parte de él era residencia de monjas, y otras fracciones habían sido adquiridas por ciertos ricos, que desfiguraban con balconajes modernos la primitiva unidad del edificio, atestiguada por la línea uniforme de aleros y tejados. Los mismos Febrer, refugiados en la parte del caserón que miraba al jardín y al mar, habían tenido que ceder los pisos bajos, para aumento de sus rentas, a almacenistas y pequeños industriales. Junto a la portada señorial, tras unas vidrieras, trabajaban planchando ropa blanca algunas muchachas, que saludaron a don Jaime con respetuosa sonrisa.

Un rato llevaban de interesante conferencia, cuando sonó la campanilla, y a poco entró Maxi en el gabinete, que era donde su tía y don Francisco estaban. Fortunata estaba planchando. En cuanto vio llegar a su marido, fue a ver qué se le ofrecía, pues algo desusado debía de ser. A tal hora, las diez de la mañana, no venía jamás a casa el pobre chico.

Este encantamiento o autosugestión desaparecen cuando el juicio ajeno se pronuncia en forma de dejarnos «planchando». Todos nuestros optimismos sobre nuestra propia figura se desvanecen ante aquel abandono que nos sume en el más completo desaliento y en la más profunda de las tristezas.

¡Yo no quiero!... ¡no quiero! exclamó con graciosa resolución. La verdad es que da lástima cortar un pelo tan hermoso dijo otra de las doncellas, que estaba planchando. ¿Qué quieres, hija? Quien manda, manda. Y tomando uno de los preciosos bucles de la cabellera, lo separó de un tijeretazo. ¡Déjame, Paula! gritó la niña. ¡Lo voy a decir a madrina!

El P. Camorra que ya se había olvidado de Paulita, notó la intencion y preguntó á su vez: Y ¿á quién se parece esta otra figura, Ben Zayb? Y se echó á reir con su risa de paleto. Era una vieja tuerta, desgreñada, sentada sobre el suelo como los ídolos indios, planchando ropas.

Pero, como va insinuado, no nos referimos a estas planchadoras, sino a las otras, a las señoritas que, en sentido figurado, se aplica este mismo sustantivo, cuando en los bailes, fiestas y saraos, se ven relegadas o poco atendidas por los caballeros. Quedarse «planchando»... Nada aflige tanto a una muchacha, ni le da una impresión más completa de su poquedad, de su insignificancia en el mundo.