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Mendieta quedó allá sin el navío; presto feneció, triste y lloroso: Estotros placenteros con contento De Santa salieron con buen viento. A la Asumpcion llegaron victoriosos, Pensando que hicieron grande hazaña, A donde los recibe muy gozosos, Como si vueltos fueran ya de España.

En los intermedios marchaba tranquilamente, dejando vagar su mirada por los contornos indecisos de los montes y los árboles, y el pensamiento correr libremente por los recuerdos placenteros del día o de otros anteriores. No pocas veces le tiene arrancado a este dulcísimo embeleso el repique lento, argentino, melancólico, de las campanas de la iglesia, doblando a la oración.

Por fortuna, era infinitamente más discreto que yo en aquellas circunstancias, y todo quedaba reducido a que cambiaran de madriguera los secretos que iban escapándose de la mía. Volví a las andadas por montes y barrancos, y hasta me parecían llanos y placenteros caminos y sendas por los cuales no andaba yo antes sino echando los pulmones por la boca.

Llegados por caminos tan placenteros al prosaico terreno del día presente y a tratar de nuestro punto de partida, del llamado por él «mal nuevo» en aquéllas y otras comarcas rurales, díjonos, interrumpiendo lo que yo había comenzado a exponer y como salvedad que conceptuaba necesaria: Debo advertir a ustedes que, aunque lo parezco en ocasiones, no soy, ni a cien leguas, un apasionado ciego de todo lo pasado.

Los circunstantes, que no se maravillaban menos de aquella taravilla que de las artes caninas del don Canique, mitad enfadados, mitad placenteros, rescataron por este o aquel ochavo o blanca cada uno la parte que perdieron de despojo, si exceptuamos al usurero Antón, que enroscándose como sierpe y guareciéndose en propio contra el suelo, cual erizo breñal, se libró de ser prendado en el primer asalto, y que ahora durante la plática se escurrió silenciosamente, dándose albricias que por su industria y buen ánimo pudo libertarse de todo empeño y de toda multa.

Yo dije: «¡Qué fortuna he tenido en que me destinaran al claustro!». Mis insomnios eran dulces y placenteros, y mi imaginación era como un celaje poblado de angelitos. Cerraba los ojos y veía a Dios... , a Dios, no te rías; a Dios mismo, con su barba blanca y su capa... pues, como le pintan...

Algunas tardes sacábale a paseo por las afueras, procurando entretener su imaginación con ideas y relatos placenteros, absolutamente contrarios al fárrago de disparates que el infeliz chico había tenido últimamente en su cerebro. A los quince días de este enérgico tratamiento, mejoró visiblemente, y su hermano y médico estaba muy satisfecho.

Mirándola detenidamente, movía la cabeza. En nada, en nada se parece.... El señor es moreno y flaco, tiene narizona y le hacen cuenca los ojos; esta chiquilla es blanca como los nácares, tiene placenteros los ojos castaños y lozano el personal...; en nada se le parece. Y la buena mujer se quedó sumida en sus perplejidades y enamorada de la niña.