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Del primer piso, y cubriendo el rótulo ajado de la casa, Antonio Cuadros, sucesor de García y Peña, colgaban largas cortinas formadas de mantas que parecían mosaicos, orladas con complicados borlajes y apretadas filas de madroños; fajas obscuras, matizadas a trechos con gorros rojos y azules prendidos con alfileres; pañuelos de seda con piezas de docena, ondulados como nacarado oleaje, y percales estampados, mostrando pájaros fantásticos y ramajes quiméricos con rabiosos colorines que conmovían placenteramente a las bellezas de la huerta.

Pero una noche, o porque la dama estuviese de mal humor, o porque se gozase en mortificarle un poco, le trató con bastante despego mientras estuvo en el palco, le dejó abandonado a Pascuala mientras ella charlaba placenteramente con uno de sus jóvenes y aristocráticos amigos. El pobre Raimundo se abatió con este desprecio de un modo horrible. Ni siquiera tuvo fuerzas para despedirse.

La comida deslizábase placenteramente. Todos sentían la dulzura del bienestar, la satisfacción de la vida, en aquel comedor, al que daban, el roble tallado y el cuero obscuro de las paredes, una impresión de suntuosidad discreta y señorial. Las grandes piezas del servicio lucían su brillo mate de plata vieja y sólida, trabajada á martillo.

Ten entendido que cada peseta que aquí dejen os costará bastantes gotas de sudor... Y entre sudar debajo de la tierra ó á la luz del sol, es preferible esto último. No estoy conforme, D. Félix; no estoy conforme con eso exclamó Martinán disponiéndose placenteramente á entablar la discusión. El trabajo dentro de una mina, lo he oído decir en Langreo, es menos duro que fuera.

Era a modo de un pequeño túnel, al extremo del cual se veía el espacio libre de otros corrales, con hierba en el suelo y cabestros que paseaban placenteramente: una ficción de la lejana dehesa, que atraía a la fiera. Avanzaba ésta lentamente por el callejón, como si husmease el peligro, temiendo poner sus pies en la suave rampa de madera que corregía la altura del encierro montado sobre ruedas.

¡Así!... decía Baldomero, juntando los dedos de ambas manos, y riendo placenteramente, ¡así!... va a caer gente el domingo...¡Si se me hace que no va a faltar nadie!... ¿Y vendrán muchachas? preguntó Lorenzo.

Los militares más jóvenes sacaban el cuerpo fuera del agua, como si quisieran castigar al atrevido con la exhibición de su desnudez. Pretendían asustarlo para despertar de este modo el olvidado pudor de su sexo; proferían palabras de cuartel para que se ruborizase. Pero el desvergonzado gigante sonrió placenteramente, sin pensar en huir, encontrando muy ameno el espectáculo.