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Tenía sus dudas sobre el final del combate; el príncipe había disparado apuntando al suelo, y él no aceptaba que le perdonasen la vida. Joven dijo con autoridad don Marcos , usted es novel en estos asuntos. Déjese guiar por los que saben más, y dele la mano al príncipe. Inmediatamente fué en busca de Lubimoff. Lo vió en el mismo sitio. Había arrojado la pistola y se cubría la cara con las manos.

Ana vio de repente, como a la luz de un relámpago, a don Víctor vestido de terciopelo negro, con jubón y ferreruelo, bañado en sangre, boca arriba, y a don Álvaro con una pistola en la mano, enfrente del cadáver. La Marquesa dijo después de caer el telón que ella no aguantaba más Tenorio. Yo me voy, hijos míos; no me gusta ver cementerios ni esqueletos; demasiado tiempo le queda a uno para eso.

Mejor es ultrapasar el honor que quedarse atrás de él: en materia de juramentos, todos los que no son exigidos bajo la punta de un puñal ó ante la boca de una pistola, es menester no hacerlos ó cumplirlos: esa es mi opinión. Y también la mía. Mañana partiré con usted. No, Máximo, permanezca aquí algún tiempo todavía.

Era más alta que cualquiera de los presentes, blanca como la nieve, suave como la manteca y de una musculatura tan exuberante como bien contorneada; montaba a la inglesa, tiraba la pistola, y había abofeteado en medio del paseo a la Tiplona, su rival la Volpucci, que también tenía sus aficionados.

Lo único original allí era que Fulgosio juraba que su honor de soldado no le permitía autorizar un simulacro de desafío, y que el duelo a pistola y a tal distancia y a la voz de mando sin apuntar y entre dos primerizos, pues primerizo era también Mesía a pistola, sería la carabina de Ambrosio. Bedoya pensó que don Víctor era buen tirador, pero no se atrevió a presentar objeciones a su colega.

Y persistiendo en estos desvaríos de su imaginación, excitada por el estampido de las detonaciones, fingía un lance de honor. Su adversario le tocaba al primer tiro y él caía al suelo. Aún tenía la pistola en la mano; debía defenderse, debía contestar tendido en el suelo.

Mujeres célebres acababan bailando desnudas sobre la mesa á las primeras luces del alba, para no desairar al anfitrión. A veces se cortaban estas fiestas con una disputa de borrachos, mezclándose el vino y la sangre. El coronel había visto al final de una de estas escenas un duelo á pistola entre dos convidados, en el jardín del palacio, cuando empezaba á amanecer. Un muerto.

Canterac estaba rígido, con rostro grave pero inexpresivo, lo mismo que un soldado que espera la voz de mando. Pirovani tenía los ojos ardientes, miraba con agresividad, parecía furioso. Cuando se acercó Moreno con una pistola para entregársela, le dijo en voz baja: Va usted á ver como lo mato. Me lo avisa el corazón.

Pero, amigo... creo que ama a otro. No me dejes, Jacobo, no me dejes; si tu pistola te molesta, tírala. Hace cosa de seis meses que la veo inquieta y triste, y como nerviosa y taciturna. Y a veces, la he sorprendido mirándome tímida y compasiva. Se comunica con alguien. He observado que ha recogido sus cosas... vestidos, dijes y joyas. Jacobo, yo creo que prepara una fuga.

Se comprende que no se trató de ninguna clase de arreglo; en cuanto a la elección de las armas, claro está que el señor de Maurescamp, después de lo que había pasado en las diferentes ocasiones que habían tirado el florete con de Sontis, habría preferido la pistola; pero si el acto de tan mal gusto del oficial, de aceptar la oferta de la señora de Maurescamp, habíale dado al marido el papel de ofendido, éste había perdido su derecho, dejándose llevar de otro más sangriento.