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Cuando Zeli entró, Kernok, con la cabeza inclinada hacia atrás, y la pistola aún en la mano, reía del espanto de Melia, que, pálida y trémula, se había refugiado en un rincón de la cámara. ¡Y bien! Zeli dijo el pirata ; ¡y bien! mi viejo lobo de mar, ¿tus señoritas se divierten por allá arriba? Le respondo de ello, mi capitán; pero esas damas esperan la sorpresa.

Yo me admiro de que haya obligado á sus padrinos á admitir la pistola. Sus representantes no querían aceptar nada. Son de los que creen que este duelo no debe realizarse. Miguel se calmó. Un sentimiento de equidad le hizo aceptar la decisión de Toledo.

¡Eso lo dice usted porque está usted en su casa! ¡Salga usted fuera a decirlo! ¡Salga usted conmigo! El barón le miraba con risueña curiosidad. Calma, calma, tío Diego. ¡Salga usted a matarse conmigo!... Con sable, con pistola, con lo que usted quiera... Bien, hombre, bien; saldremos a matarnos... pero sólo por darle a usted gusto...

Para que la ropa salga buena, bien cortada, te recomiendo al sastre que vive aquí, a la vuelta, frente a la iglesia; trabaja bien y es baratero. Yo te daré una pistola para que vayas armado. ¿Entiendes de eso de armas? ¿No? Pues yo te enseñaré. Ahora, en cuanto a tus tías... ¡yo me encargo de todo! Después te tocará a . Por ahora, ¡déjame, déjame a ! Y no vuelvas a pensar en esos chismes.

Pero no parecían sables útiles. Además, surgieron dificultades sobre ciertos pormenores. Y así pasó un día. Al siguiente por la mañana se acordó que se batieran a pistola. Don Víctor formó entonces su plan. Se alegró de que fuese el duelo a pistola. Pero tampoco parecían pistolas de desafío. Y pasó otro día.

Los dos muchachos besaron la mano de su señor, como si se despidiesen de él para la eternidad, y no supieron, en su turbación, dónde guardarse los billetes que les fué dando. ¡Estola y Pistola convertidos en soldados!... ¡Hasta á estos dos adolescentes los arreaban hacia la muerte!

Al verse sola, al convencerse de que iba a morir, desapareció toda su arrogancia de buena moza; se sintió débil como cuando era niña y le pegaba su madre, y rompió en sollozos. ¡Mátam, mátam! gimió echándose a la cara el negro delantal, enrollándolo en torno de su cabeza. Teulaí se acercó a ella impasible, con una pistola en la mano.

Manejaba bien la espada y la pistola, y don Paco no sabía de esgrima y jamás había tomado una pistola en la mano; pero bien podía don Paco, como lugareño que era y nada acostumbrado a perfiles y a ceremonias, perder un día la cabeza y rompérsela a él, porque tenía la mano pesada y manejaba bien el garrote, de lo cual, aunque pacífico, había dado ya diversas pruebas, además de la que salió tan cara a Antoñuelo.

¡Ah!, corriente... Si prefieres las armas de fuego... Pero en este caso hay que ejercitarse. Preciso es que mueras primero , después yo... ¿Y si me falla el tiro y me quedo vivo y viene gente y me sujetan...? No, hijo no; cada cual coge una pistola, y apunta uno para el otro como en los desafíos... Se da la señal, ¡pum!, y ya verás cómo quedan las dos bestias.

Luego vió á su padre, el general, sombríamente bondadoso, diciendo con su voz ronca: «El fuerte debe ser bueno...» Al pensar en el padre, su pistola se desvió un poco, pero inmediatamente rectificó la puntería. Un tren pasaba por su imaginación con lentitud. Soldados franceses. Vió á Castro y al rojo insolente que le ofrecía un lugar.