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Hice una pirueta y le dije con aire sentencioso: Tío, quien quiere el fin pone los medios. Siempre cumplí la promesa que hice al cura, y le escribía con puntualidad dos veces por semana. Esta costumbre le pareció tan dulce y halagadora, que cuando interrumpí de golpe la regularidad de nuestra correspondencia, quedó sumergido en inquietudes y tristeza.

En seguida cantó bien dos o tres coplas, de esas que luego alcanzan los honores del organillo, y aquella música, que por sola no hubiese arrancado una palmada, fue aplaudida. Al terminar hizo la artista una pirueta, dio un saltito muy mono, y se metió entre bastidores.

¿Pero qué solemnidad ni qué castañuelas? y usted dispense que me exprese así. El que jura, pone a Dios por testigo; pero usted no cree en Dios... luego usted no puede jurar. Perfectamente dijo Joaquinito Orgaz; de p y p y w y se puso en pie para hacer una pirueta flamenca. Creía Joaquín que en casa de un ateo de profesión, de un loco, en otros términos, la buena crianza estaba de más.

España es un país de pirueta, de azar y de aventura, y los mendigos son una rancia y pintoresca representación. En la patria de los pedigüeños, donde todos somos un poco mangantes, el mendigo es perfectamente respetable. Hay en nosotros un sabroso anhelo de tomar el sol tranquilamente, esperando el milagro del pan y de los peces en forma de destinejo oficial o de «combinación» lucrativa.

La estatua sonrió, sin perder su inmovilidad ni suspender aquella impúdica rotación que a los otros tanto alegraba y a me causaba profunda repugnancia. Súbito hizo una pirueta, pateó el suelo tres o cuatro veces con furor, y vino a sentarse tranquilamente, entre los olés y los aplausos de la reunión.

»P.D. Celebro la buena marcha del pleito, aunque ignoro de qué se trataDos impresiones causó en don Silvestre la lectura de esta carta: con la primera, que fué de placer, hizo una pirueta; con la segunda se llamó «bárbaro». Hizo la pirueta, porque hallaba un amigo de campanillas que sirviéndole en el pleito, le proporcionaba motivo para ir á Madrid.

Sucediéranse, plato tras plato, los cebados capones, manidos y con amarilla grasa; el pavo relleno; el jamón en dulce con costra de azúcar tostado; las natillas, con arabescos de canela, y la tarta, el indispensable ramillete de los días de días, con sus cimientos de almendra, sus torres de piñonate, sus cresterías de caramelo y su angelote de almidón ejecutando una pirueta con las alas tendidas.

Allí podríais hacer todos los juegos de manos que quisierais; ¿hasta cuándo os burlaréis de nosotros? estáis comprometiendo el país y no lo veis, egoístones sin vergüenza... Ahora baja el oro otra vez, dos puntos, tres puntos, cuatro puntos, y las acciones del Banco Vitalicio suben medio punto, un punto, con un trabajo que ya, ya... Pero, ya daréis vosotros un tironcito de la cuerda, y vuestro mono hará una pirueta, saludará con una mueca a los tontos que asistimos a la función, e irá otra vez a meter la cabeza en las nubes.

Y esas florecitas azules que ponéis en los árboles, ¿qué son? Eso es un pedazo de cielo, prima. Hice una pirueta y exclamé con aire patético: ¡Oh cielos, oh árboles, oh naturaleza!, ¡cuántos crímenes se cometen en vuestro nombre! Mi tío tenía muchos amigos en V *, estaba emparentado con la mayor parte de las familias de la región y tenía mesa puesta para todos.

Lanzó un grito de alegría y de sorpresa, que hizo perder el compás a un bailarín que, en aquel instante, comenzaba una pirueta. ¿Qué es eso? le preguntó Natalia, una de sus compañeras, que la ayudaba a sostener una guirnalda de flores. ¡Es él; está allí!... ¡Cómo! ¡el conde Arturo de V *, uno de los caballeros de la corte de Carlos X, y que además es un buen mozo!