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»Pero los hijos del Yemen han sombreado con el velo del Islam la parte mejor de la tierra, desde el Thibet hasta el Pirineo, y á impulso de la cimitarra de los fieles espiran el dragon imperial en los páramos de Sem , la escuela de Cristo en los verjeles de Japhet.

Brillante, muy brillante, muy reluciente, muy bonito, muy fascinador, todo lo que se quiera; pero inmoral; tan inmoral, que ha logrado el prodigio de civilizar la inmoralidad; el prodigio asombroso de hacer de la inmoralidad una cultura célebre. Esto dice á Paris y al señor novelista Dumas, un infeliz cafre de allende el Pirineo. Si eso es civilizacion, quiero que mi país sea salvaje.

Esa fuerza de voluntad que da valor en el combate y fortaleza en el sufrimiento; que triunfa de todas las resistencias, que no retrocede por ningun obstáculo, que no se desalienta con el mal éxito, ni se quebranta con los choques mas rudos; esa voluntad, que segun la oportunidad del momento, es fuego abrasador, ó frialdad aterradora; que segun conviene, pinta en el rostro formidable tempestad, ó una serenidad todavía mas formidable; esa gran fuerza de voluntad, que es hoy lo que era ayer, que será mañana lo que es hoy; esa gran fuerza de voluntad sin la que no es posible llevar á cabo arduas empresas que exijan dilatado tiempo; que es uno de los caractéres distintivos de los hombres que mas se han señalado en los fastos de la humanidad, de los hombres que viven en los monumentos que han levantado, en las instituciones que han establecido, en las revoluciones que han hecho, ó en los diques con que las han contenido; esa gran fuerza de voluntad que poseian los grandes conquistadores, los jefes de sectas, los descubridores de nuevos mundos, los inventores que consumieron su vida en busca de su invento, los políticos que con mano de hierro amoldaron la sociedad á una nueva forma, imprimiéndola un sello que despues de largos siglos no se ha borrado aun; esa fuerza de voluntad que hace de un humilde fraile un gran papa en Sixto V, un gran regente en Cisneros; esa fuerza de voluntad que cual muro de bronce detiene el protestantismo en la cumbre del Pirineo, que arroja sobre la Inglaterra una armada gigantesca, y escucha impasible la nueva de su pérdida, que somete el Portugal, vence en San Quintin, levanta el Escorial, y que en el sombrío ángulo del monasterio, contempla con ojos serenos la muerte cercana; miéntras

Alejose del pordiosero, renegando. «¡Ni esto es país, ni esto es capital, ni aquí hay civilización!... ¡Qué ganas tengo de pasar el Pirineo!». Pues bien, aquella noche, se le representó el pobre paralítico con tanta viveza, que casi casi creía verle en su alcoba.

Pero si dejó de ver en el Pirineo francés a su amigo tan estimado, en el corazón de la Suiza se halló con otro que no valía menos, según la fama, si se pesaban ambos en oro. Porque allí estaba don Mauricio el Solemne, una semana hacía, a curarse sus achaques nerviosos con aquellas duchas de hielo derretido.

Así pago, así paga un cafre de allende el Pirineo, el insulto cobarde de un novelista mal educado y aturdido. Almorzamos bastante bien en el establecimiento de caldo de la calle de Montesquieu, y á las seis y media de la tarde entrábamos en el restaurant de San Jacobo, calle del Rívoli, en donde ya nos esperaban el viejo Lesperut y su hijo Hipólito, teniéndonos reservados dos asientos en su mesa.

Son las águilas blancas que decoran sus picos con el ramo de oliva, las libérrimas águilas que con un aletazo desafían al trueno, pero que al presentir el deshielo constante de las nieves del Norte, abandonan los Andes por el nido que España les conserva caliente en la cumbre soberbia del natal Pirineo. Ha caido Cartago.

Los chicos la tarareaban en la calle, y las fregonas la piafaban en la fuente; vinieron maestros de allende el Pirineo que la enseñaban en veinte lecciones, y las tomaban con avidez la jóvenes distinguidas y los hombres elegantes. Con aquella conquista famosa los salones de baile sufrieron una transformación radical; porque la polka no era un baile, sino todo un sistema, toda una época.

En la época de las nieves, un general audaz que venía de muy lejos intentó envolver a los carlistas por el lado del Pirineo, y saliendo de Pamplona avanzó por la carretera de Elizondo; pero al ver el alto de Velate defendido y atrincherado por los carlistas, se retiró hacia Enguí y luego tomó por el puerto de Olaberri, próximo a la frontera, por entre bosques y sendas malísimas; y perdidos sus soldados en los bosques, llegaron después de dos días y tres noches al Baztán.

Alejandro Dumas; óigalo ese famoso novelista, que ha hecho tanto daño á este mundo, como la peste que más daño haya hecho; óigalo esa celebridad que ha descompuesto tantos matrimonios; que ha torcido tantas ideas; que ha enloquecido tantos corazones; óigalo ese genio francés, cuyas novelas han dado veneno á tantas jóvenes incautas, engañadas y seducidas por sus encantadoras fantasmagorías, óigalo el eminente novelista Dumas; óigalo esta Francia que ha dado tanto oro, tanta fama, tanta honra, tanto aplauso, á los chismes y á las mentiras de ese novelista sin conciencia, de ese vendedor de falsas novedades: oiga la Francia, esta culta, esta rica, esta poderosísima Francia, lo que voy á decir: tres españoles, tres cafres de allende el Pirineo, caminan tristes, están afligidos, porque acaban de ver un espectáculo que desdora á esta gran nacion.