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En seguida, tomando de sobre la mesa la pistola que acababa de colocar en ella y entregándola a Fabrice por el culatín: ¡Mátame! le dijo. No replicó el pintor , por lo menos no de esa manera.

Cada uno de nosotros empeña su honor en que respetará esas condiciones. ¡Queda convenido! repitió Pedro. Ahora continuó el pintor , fuerza es que me resigne a hacer una súplica... que esto es absolutamente incorrecto, y te ruego que me excuses. He aquí de qué se trata... Si me toca dejar a mi hija huérfana, no quisiera, al menos, dejarla sin recursos.

La baronesa había visto con muy malos ojos la partida del pintor, por cuanto así se aplazaba indefinidamente la terminación de su retrato, de que ella, a justo título, se sentía no sólo cumplidamente satisfecha, sino hasta orgullosa, porque en él se veía, cual si se mirara en su espejo, con un no sabía qué de algo más que ese pícaro espejo le rehusaba obstinadamente, habiendo tenido el artista la galante condescendencia de otorgárselo.

El pintor había acertado a unir, con inspiración monstruosa, la imagen de una criatura próxima a disolverse, y la forma sobrehumana que el mismo Dios había tomado. Unos inteligentes atribuían aquel cuadro al divino Morales; otros habían dicho que era de un discípulo de Morales y no del propio maestro.

Pero pasemos á estudiar una cosa más bella, más fecunda, más predestinada: la escuela de Vernet, del gran Vernet. Este pintor se dedicó casi exclusivamente al género de las batallas; pero no de las batallas antiguas que eran como una especie de divinizacion de la guerra, el sacrificio de la caridad que nos debemos todos, hecho en aras de un señor opulento ó de un tirano.

Fuera de Andalucía, fuera de España se ha hablado hace mucho tiempo de los méritos de aquel hombre á quien se han dedicado frases tan entusiastas como las que escribió el crítico francés Adrián de la Foge. Guerrero nació en Sevilla en Mayo de 1527, siendo su padre Gonzalo Sánchez Guerrero, pintor aventajado, si bien algunos biógrafos confiesan ignorar qué profesión ejercía.

Y cualquiera puede resignarse a ser Teniers en compañía de Homero y de Cervantes, y del gran pintor de borrachos, mendigos y bufones.

Según los maldicientes de la tertulia, se había cortado el bigote, enviándolo bajo sobre, en un arrebato de nostalgia, a cierto pintor con el que había vivido en París, un artista malfamado y simbolista, que representaba sus concepciones por medio de efebos desnudos de femenil musculatura.

Representaba la pintura a San Pablo primer ermitaño; el pintor era un vetustense del siglo diez y siete, sólo conocido de los especialistas en antigüedades de Vetusta y su provincia. Por eso el cuadro y el pintor eran tan notables para Bermúdez.

No se sabe de cierto si nació en Sevilla ni si viajó por Italia: de lo que no cabe duda es de que fue hombre de singular cultura y gran prestigio; pintor, preceptista y poeta.