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En la mesa de petitorio, colocada frente al altar mayor a espaldas del cancel de la puerta principal, pedían limosna y vendían libros devotos, medallas y escapularios las damas de más alta alcurnia, las más guapas y las más entrometidas. La lluvia, el aburrimiento, la piedad, la costumbre, trajeron su contingente respectivo al templo que estaba todas las tardes de bote en bote.

D. TELL. Veinte vacas Y cien ovejas darás A Sancho, a quien yo y mi hermana Habemos de honrar la boda. SANCHO. ¡Tanta merced! PELAYO. ¡Merced tanta! SANCHO. ¡Tan grande bien! PELAYO. ¡Bien tan grande! SANCHO. ¡Rara virtud! PELAYO. ¡Virtud rara! SANCHO. ¡Alto valor! PELAYO. ¡Valor alto! SANCHO. ¡Santa piedad! PELAYO. ¡Piedad santa! D. TELL. ¿Quién es este labrador Que os responde y acompaña?

Lusinda tiene la fantasía blanda y dispuesta á recibir varias representaciones con viveza, y á retenerlas: dedícase á leer libros de piedad y devoción, ó empieza á meditar y pensar en las cosas divinas.

Pero no es esto todo... Las pasiones, atributos de la tierra y del cielo, y de las cuales ningun poder, ningun ser esta esento, desde el gusano hasta las sustancias celestes, las pasiones han devorado y han hecho de el un objeto tan miserable, que yo, que no puedo esperimentar la piedad, perdono a los que la sienten en su favor.

La piedad de otros siglos, crédula y grosera, aparecía tan absurda al mostrarse en pleno siglo de descreimiento, que el mismo don Antolín, tan intransigente hablando de las glorias de su catedral, bajaba la voz y apresuraba la relación al señalar el pedazo de manto de santa Leocadia cuando se «apareció» al arzobispo de Toledo, comprendiendo lo difícil que era explicar de qué tela se vestían las apariciones.

Ella no podía separarse del que amaba, y tampoco quería mentir: ella tenía corazón. El doctor interrumpió á su primo, que se complacía con doloroso deleite en detallar los recuerdos de aquella noche. ¿Pero, y el niño? ¿Y el hijo del amor? preguntó con cierta ironía. Sánchez Morueta miró al médico con unos ojos que pedían piedad.

La pobrecita no atribuyó, como era justo, su fracaso a la debilidad de estómago, sino a falta de virtud, y se aplicó con creciente afán a mejorar su vida. Genoveva era en todos esos ejercicios de piedad, más bien compañera y confidente íntimo que su doncella.

Conde, Conde, piedad. NU

Sin embargo, reflexionando el ridículo de responder con una fanfarronada á aquella niña, me contuve y le respondí con gravedad: Permítame, señorita, compadecerla sinceramente. Me pareció muy sorprendida. ¿Compadecerme, señor? , señorita, perdone que le exprese la piedad respetuosa, á que me parece tiene usted derecho.

Pero movidos á piedad y llenos de misericordia, han condenado á Madama Ester á permanecer de pie en el tablado de la picota solamente tres horas, y después, y durante todo el tiempo de su vida natural, á llevar una señal de ignominia en el cuerpo de su vestido. Una sentencia muy sabia, observó el extranjero inclinando gravemente la cabeza.