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Los sacerdotes marchaban animosos, dando gritos de exhortación sin cansarse; los miserables reos iban pálidos, decaídos y sin fuerzas. Bien se vio de qué parte estaba la ayuda celeste. Los sentenciados fueron conducidos al pie del castillo de Bellver, para la quema final.

¡Al fin llegó tu hora, querida!... Así debe ser: la mujer siempre muy alta... ¿Qué se creen esos tíos? ¿Que porque somos buenas y callamos la mitad de las veces por evitar disgustos se nos ha de tratar como trapos sucios?... ¡Que se limpien!... Ya que le tienes bajo el pie, aprieta, hija, no temas; cuantos más sofocones le des más suavecito lo tendrás... Esos malditos hombres son así...

Al sentirla bajo su voluntad como un tapiz que se puede arrollar o desarrollar, con el pie, según el antojo, Ramiro hallose otra vez dueño de mismo; y su propio gesto victorioso despertó en su ánimo instintos de crueldad. Golpeó y estrujó a su amada más de una vez para arrancarla el secreto de la conspiración.

Porque, si casa había de haber en reino justamente de dios privilegiada, aquella de razón había de ser, porque no suelen morar donde no hay qué comer. Torna a buscar clavos por la casa y por las paredes y tablillas y a tapárselos. Venida la noche y su reposo, luego era yo puesto en pie con mi aparejo y, cuantos él tapaba de día, destapaba yo de noche.

Hácia la mitad del siglo XVI lo amplió D. Leopoldo de Austria, sin demoler dicho muro. En 1622 el obispo Mardones lo prolongó con una nueva y suntuosa edificacion hácia el norte, y entonces se demolió el pasadizo árabe dejando en pié el muro primitivo.

Sobre la alfombra, a nuestros pies, yacía desparramado un paquete de muy pequeñas cartas de juego, más bien sucias, que había caído de la bolsita, y el cual contemplábamos los dos de pie con sorpresa y desengaño.

Pero él, con un golpe de su garrote, abrió anchísimo surco en la masa de enemigos, enviando por el aire docenas de éstos, y á continuación le bastaron varias patadas para desbaratar el resto de la tropa. Todos los que aún se mantenían de pie huyeron, dejando el suelo cubierto de camaradas inertes ó gimeantes.

Diole gana a don Quijote de pasear la ciudad a la llana y a pie, temiendo que, si iba a caballo, le habían de perseguir los mochachos, y así, él y Sancho, con otros dos criados que don Antonio le dio, salieron a pasearse.

Sube el yankee á la cima de la montaña y el hispano-americano se queda al pie, rezagado y en situación miserable; pero no se cuenta, al decir esto, con no pocos factores, empezando por la fortuna, que no puede negarse que existe, entendiéndose por fortuna, la serie y el enlace de los casos, dispuestos y ordenados por ley providencial ó fatal, que ya se sustraen á la previsión humana, ó ya, aunque no se sustraigan, ni la más firme voluntad de los hombres, ni su más profundo saber, ni su más poderosa inteligencia desvían del camino que siguen, así como no evita el eclipse el astrónomo que le pronostica.

La maleza crujía bajo sus pasos y detrás se oían las zancadas de Agapo, que venía persiguiéndole; Quilito se acurrucó al pie de un sauce, se quitó el sobretodo claro, que podía denunciarle, y esperó, el revólver amartillado en la mano... Agapo llegó, pasó y se alejó, rastreando la caza, gritando desesperado: ¡Quilito! ¡Quilito!