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Tal vez que otra, no obstante, dejan caer, entre resoplidos y cabezadas, alguna observación punzante acerca de sus colegas: ¡Vaya unos arreos lucidos que les han echado encima a los jacos de Villamediana! ¡Me da risa! ¿Qué otra cosa quieres que les pongan, chico? ¡Si son dos burros sin orejas! ¿Y qué te parece del tren de Rebolledo? Que esos potros son tan ingleses como el forro de mis pezuñas.

Una mañana de otoño llegué a la playa de las Ánimas antes del mediodía. Un hombre iba con un carro por el arenal, aguijoneando la yunta; se oía el chirrido de los ejes de la carreta y el ruido crepitante de la arena bajo las pezuñas de los bueyes.

Después que el perito y el comprador han visto que los animales se plantan bien al caminar, que no se aprietan, que no zambean del cuarto trasero, que son bien encornados y que igualan perfectamente en alzada y color, el primero les mira la boca, les palpa bien los brazuelos y las nalgas para ver si están despicados de algún remo, y les examina escupulosamente las astas por si son estoposas, las pezuñas por si blandean, y los ojos por si tienen nube ó glarimeo.

Nuestro Señor Jesucristo lo ha dicho: «No deis a los perros las cosas santas, ni arrojéis vuestras margaritas a los cerdos, porque los cerdos se revolverán contra vosotros y os hollarán con sus asquerosas pezuñas». Pero no; ¿por qué me he de quejar? ¿Por qué he de volver injuria por injuria? ¿Por qué me he de dejar vencer de la ira?

Su cuerpo muy fuerte, sus hombros y ancas muy anchas, sus piernas largas y fuertes, y sus pezuñas hendidas como la del ciervo, pero algo mayores. La fuerza del anta es muy grande, pues es capaz de arrastrar un par de caballos: cuando está acosada abre su camino por entre los bosques mas espesos, rompiendo todo lo que se le opone.

6 Todo animal de pezuñas, que tiene hendidura de dos uñas, y que rumiare entre los animales, ese comeréis. 7 Pero éstos no comeréis de los que rumian, o tienen uña hendida: camello, y liebre, y conejo, porque rumian, mas no tienen uña hendida, os serán inmundos; 8 ni puerco, porque tiene uña hendida, mas no rumia, os será inmundo. De la carne de éstos no comeréis, ni tocaréis sus cuerpos muertos.

Un criado les hizo subir la amplia escalera de mármol, y en ella volvió a sorprenderse el torero viendo retablos con imágenes borrosas sobre un fondo dorado, vírgenes corpóreas que parecían labradas a hachazos, con los colores pálidos y el oro moribundo, arrancadas de viejos altares; tapices de un tono suave de hoja seca, orlados de flores y manzanas, unos representando escenas del Calvario, otros llenos de gachós peludos, con cuernos y pezuñas, a los que parecían torear varias señoritas ligeras de ropa.

Pero lo que un tigre no puede, lo consigue una vaca o un novillo; cuando éstos atraviesan a nado el río, pasando, en el bajo Magdalena, del Estado de Bolívar al que lleva el nombre del río y que ocupa la margen derecha, o viceversa, si el caimán los ataca, levantan un poco la parte anterior del cuerpo y hacen llover sobre el agresor una lluvia de «puñetazos» con sus córneas pezuñas, que lo detiene, lo atonta y acaba por ponerlo en fuga...

6 asimismo la liebre, porque rumia, mas no tiene pezuña, la tendréis por inmunda; 7 también el puerco, porque tiene pezuñas, y es de pezuñas hendidas, mas no rumia, lo tendréis por inmundo. 8 De la carne de ellos no comeréis, ni tocaréis su cuerpo muerto; los tendréis por inmundos.

3 De entre los animales, todo el de pezuña, y que tiene las pezuñas hendidas, y que rumia, éste comeréis. 4 Estos sin embargo no comeréis de los que rumian y de los que tienen pezuña: el camello, porque rumia mas no tiene pezuña hendida, habéis de tenerlo por inmundo; 5 también el conejo, porque rumia, mas no tiene pezuña, lo tendréis por inmundo;