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1086 La fiera ama en su guarida, de la que es rey y señor; allí lanza con juror esos bramidos que espantan, porque las fieras no cantan: las fieras braman de amor. 1087 Ama en el fondo del mar el pez de lindo color; ama el hombre con ardor; ama todo cuanto vive: de Dios vida se recibe, y donde hay vida, hay amor.

Carolina había dicho que vendría a principios de Setiembre, sin fijar fecha. ¡Qué ansiedad! ¡Y el día 2...! Lo primero que tenía que hacer la afanada señora era detener el golpe del prestamista, o aplazarlo por unos días al menos, hasta que Pez viniera.

Es fama que no hay cosa, debajo de la jurisdicción de lo humano, que no se consiguiera por mediación de Pez, y de aquí que Pez estuviera en aquellos días de apogeo tan abrumado de recomendaciones como lo está de ex votos un santo milagroso. La recomendación es entre nosotros una segunda Providencia; equivale a lo que otros pueblos menos expedientescos llaman suerte, fortuna.

Pero más tarde, después del regreso de Bringas y del largo párrafo que él y Pez echaron sobre las cosas políticas, Rosalía tuvo ocasión de cambiar con su amigo más de una palabra en la Saleta, secretamente, con lo que él puso punto a la visita y se retiró. Más bien triste que alegre estuvo la Pipaón toda aquella tarde y noche.

De cuatro brincos se pusieron en la puerta de la escalera de Cáceres, y por allí pasaron a su casa. Pez dio un suspiro. Rosalía llevaba en su mano una rosa medio estrujada, olorosísima, en cuyo cáliz introducía la nariz de rato en rato, cual si quisiera aspirar de una vez todo el aroma contenido en ella. Tal flor era digna funda de nariz tan bonita.

Nutrido aquel ingenio en las propias fuentes de la amplificación, no acertaba a expresar ningún concepto en términos justos y precisos, sino que los daba siempre por triplicado. Va de ejemplo. PEZ. Al punto a que han llegado las cosas, amigo D. Francisco, es imposible, es muy difícil, es arriesgadísimo aventurar juicio alguno.

Ya iba el usurero, como quien por el sedal busca el pez, a preguntar de dónde vino el hallazgo del billete, para introducir al punto la petición de su bolsa perdida, sus papeles y apuntamientos: tal iba a preguntar, cuando de pronto o como viniendo de los cercos huertos, se dejaron oír las puntadas más blandas y dulces, y el instrumento más celestial que aquellos habitadores habían oído; tal era la extrañeza y la dulzura de la música.

Hombre curtido por dentro y por fuera, incapaz de entusiasmo por nada, revelaba Pez en su cara un reposo semejante, aunque parezca extraño, al de los santos que gozan la bienaventuranza eterna. , el rostro de Pez decía: «He llegado a la plenitud de los tiempos cómodos.

En aquellos días, amados hermanos míos, desempeñaba una de las principales direcciones de Hacienda, y aun se le indicaba para ministro. En los mismos días veríais repartidos por toda la redondez de la Península número considerable de funcionarios que por llevar el claro nombre de Pez, manifestaban ser sobrinos, primos segundos, cuartos o séptimos, o siquiera parientes lejanos de D. Manuel.

No por cierto, don Francisco, porque os temo; aún tengo sobre los cardenales de los cintarazos que me apretásteis la noche pasada, y que conviene estar bien con vos, porque yo tengo para que aunque os metieran en una botella y taparan con pez encima, habíais de escaparos.