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No hubo tampoco medio de que tomara exclusivamente leche. ¡Huy! ¡qué repugnancia! No la puedo pasar. ¿Y quiere que sacrifique los últimos años de mi vida, ahora que podría morir contenta? Lidia no pestañeó. Había hablado con Nébel pocas palabras, y sólo al fin del café la mirada de éste se clavó en la de ella; pero Lidia bajó la suya en seguida.

La señora Crackenthorp, pequeña mujer que pestañeaba un ojo y agitaba continuamente sus encajes, sus cintas y su cadena de oro, volviendo la cabeza a derecha e izquierda, haciendo así ruidos reprimidos que se parecían mucho al gruñido de un cerdo de la India cuando contrae el hocico y monologa ante cualquier reunión, la señora Crackenthorp, digo, pestañeó entonces y continuó agitándose al volverse hacia el squire; después, por fin, respondió: ¡Oh, no; no me ofendéis!...

Pestañeó la niña dos o tres veces, y luego cerró los ojitos, mientras su madre no cesaba de arrullarla con una nana aprendida del ama, una especie de gemido cuya base era el triste, ¡lai... lai!, la queja lenta y larga de todas las canciones populares en Galicia.

Los perros, dorados al sol oblicuo, entornaron los ojos, dulcificando su molicie en beato pestañeo. Poco a poco, la pareja aumentó con la llegada de los otros compañeros: Dick, el taciturno preferido; Prince, cuyo labio superior, partido por un coatí, dejaba ver dos dientes, e Isondú, de nombre indígena. Los cinco fox-terriers, tendidos y muertos de bienestar, durmieron.

Se observa la fotofobia por la mañana á la primera impresion de la luz, y ya se sabe que la fotofobia se manifiesta con frecuencia bajo la influencia de medicamentos eminentemente asténicos; así como la debilidad de la vista, el pestañeo y estremecimiento de los párpados, y nieblecillas que parecen revolotear en el campo de la vision.

Nadie se dio por entendido de aquel nombre que resonó secamente en medio de un silencio absoluto y resuelto. Magdalena aparentó no haber oído; Julia ni siquiera pestañeó; Oliverio calló; el señor D'Orsel tomó la tarjeta y la desgarró sin decir palabra. En cuanto a , el más interesado en precisar los más insignificantes detalles de aquel viaje, ¿qué le diré a usted?

Pero nuestra valiente española, curada de melindres, no pestañeó siquiera: con el mismo paso menudo y vacilante de quien pisa pocas veces el polvo de la calle, continuó su carrera triunfal. Porque lo era a no dudarlo. Nadie podía mirarla sin sentirse poseído de admiración, más aún que por su lujoso arreo, por la belleza severa de su rostro y la gallardía de la figura.

Su lozanía de otros tiempos, y el mismo brillo de sus pupilas, mantenido entonces a favor de melindroso pestañeo, todo huyó prematuramente de su rostro, macerado por los pesares; y el negro monjil ahuyentó para siempre los tafetanes de colores y las graciosas basquiñas de la adolescencia.

Este pestañeó dos veces. El P. Irene que los vió comprendió que su causa estaba ya casi perdida: Simoun iba contra ella. Es una rebelion pacífica, una revolucion en papel sellado, añadió el P. Sibyla. ¿Revolucion, rebelion? preguntó el alto empleado mirando á unos y á otros como si nada comprendiese.

Doña Guiomar no pestañeó siquiera; pero sus manos restregaron nerviosamente los brazos del sillón en que estaba sentada.