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ERNESTO. ¡Usted también dice «¡Ah..., ah...!» Lysiane estaba al corriente de este detalle y me había manifestado que carecía de importancia. Mi futuro suegro no tenía la manga tan ancha; cuando ayer tuve que confesarle la irregularidad de mi nacimiento, se contristó. «¡Qué gran contrariedad, amigo mío...! Nosotros pertenecemos a una familia burguesa último refugio de los más arcaicos principios.

Este parecido inexplicable que nos une, á tan pequeño y á usted tan enorme y poderoso, me inspira confianza. Además, ¿qué interés puede tener usted en perderme? Los dos pertenecemos al mismo sexo; usted es hombre, y no creo que encuentre muy aceptable el gobierno de las mujeres. Ya conocerá usted más adelante lo que es ese gobierno.

Así, pues, vuelvo a sostener que el progreso de nuestro planeta es parcial y transitorio, está compensado por la decadencia o fin de otros mundos, y está limitado en el tiempo, aunque se dilate centenares de miles de años, y en el espacio, aunque abarque todo el sistema solar a que pertenecemos, y hasta un grupo completo de soles, de que nuestro sol sea mínima parte.

La vida de mi padre nos ha colocado en una situación muy modesta, señorita, pero superior a la de los infelices que necesitan ganar un jornal. Pertenecemos a esas últimas capas de la clase media que tocan de cerca la pobreza, y las mujeres de esta clase son muy difíciles de casar. No se me alcanza la razón. Es muy sencilla.

Respetemos las disposiciones del grandísimo Todo á que pertenecemos, y vengan penas. Para eso está la filosofía, ó si se quiere, la religión: para hacer pecho á la adversidad. Pues si no fuera asi, no podríamos vivirTodo, lo aceptaba Torquemada menos resignarse. No tenía en su alma la fuente de donde tal consuelo pudiera salir, y ni siquiera lo comprendía.

De encontrarnos en otra ocasión, nos habríamos visto por unas horas nada más, siguiendo cada cual su camino, sin ningún deseo amoroso. Pertenecemos á mundos distintos... Pero estábamos inmovilizados en el mismo país, poseídos del tedio de la espera, y lo que debía ser... fué.

Somos arqueros y pertenecemos á la Guardia Blanca, señor, se aventuró á decir Tristán. ¡Ah, ! ¡La famosa Guardia Blanca! repuso el gran guerrillero inglés, mirando tristemente en torno. Pero la Guardia ya no existe; la muerte se ha encargado de desbandarla. Cuidadme bien á ese valiente escudero, porque temo que no vuelva á ver la luz del sol, añadió señalando á Roger desfallecido. ¡En marcha!

Clara, haz cuenta que habitas con las más dignas y elevadas señoras de la grandeza española, que, al par de la virtud, atesoran todas aquellas prendas del alma que distinguen á ciertas personas del bajo vulgo á que nosotros pertenecemos. María de la Paz Jesús se irguió con toda la gallardía de que era capaz; respiró y miró á un lado y otro con majestad perfectamente regia.

Nada más natural, en mi sentir, que creer la mejor del mundo la sociedad ó compañía á que pertenecemos. Todavía, si el acaso, si circunstancias independientes de nuestra voluntad ó si una providencial disposición nos colocase entre ésta ó entre aquella gente, podría parecer soberbia de nuestra parte el considerar como la mejor del mundo á la gente entre la cual estuviésemos colocados.

Si cedí a una tracción irresistible, no fue sin lucha ni combate. Hoy me confieso vencido y ni mi corazón ni mi razón pueden hacerme avergonzar de mi derrota. Pertenecemos a la misma clase; nada nos separa realmente, ni la educación ni los gustos.