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La Villasis, sin embargo, no se mostraba muy propicia, y echándose a reír, le dijo: ¿Pero qué falta hago yo, mujer?... La misma que los perros en misa... No digas eso, María, porque ni misma lo crees replicó la otra muy apurada.

Un pobre hombre que me servía de padre murió asesinado, por la imprevisión de unos contratistas, en una catástrofe del trabajo, y su cadáver fue bandera revolucionaria para otros tan desdichados como él. Yo he comido las bazofias que comen los perros. Mis nobles ascendientes eran traperos y se mantenían con las sobras de las cocinas de Madrid.

Uno de ellos llegó a decirle: Véngase conmigo, D. Andrés; saltaremos a ese prado, y yo le llevaré a un sitio donde esos perros pachones no den con usted... Por la noche se puede ir adonde guste. Pero todas las instancias fueron inútiles. El joven se obstinó en no moverse del sitio.

Forman las calles, ora terrenos pedregosos donde aúllan manadas de perros hambrientos, ora filas de chozas toscas, ora pobres tiendas con sus tabletas balanceándose en un asta de hierro. A lo lejos se alzan los arcos triunfales hechos con barrotes de color de púrpura, ligados en lo alto por un tejado oblongo de tejas azules que brillan como esmaltes.

7 Y Saúl había tenido una concubina que se llamaba Rizpa, hija de Aja. Y dijo Is-boset a Abner: ¿Por qué has entrado a la concubina de mi padre? 8 Y se enojó Abner en gran manera por las palabras de Is-boset, y dijo: ¿Soy yo cabeza de perros respecto de Judá? 9 Así haga Dios a Abner y así le añada, si como ha jurado el SE

y la furia con que bate los ijares del corcel, desgarrándolos cruel con el agudo acicate; y el siniestro, el ronco grito con que excita al corredor, el aspecto aterrador le dan de un genio maldito. Fieros, el rastro siguiendo, ante el rápido corcel, vienen perros en tropel ladrando, aullando, latiendo.

Correspondiente a esta actitud irracional, fue el saludo que le dirigieron los recién llegados, que no podían ya con los barajones ni con los propios cuerpos: una tempestad de injurias y de motes, y hasta de ladridos de los perros. ¿Por qué no te golvistes a tiempu, animal, más que animal? preguntóle uno.

En fin, todos se compusieron y engalanaron, excepto Momo, que no quiso molestarse en una ocasión como aquella, lo que dio motivo a que la Gaviota le dijese: Has hecho bien, gaznápiro; por aquello de que «aunque la mona se vista de seda, mona se queda». La misma falta haces en mi boda, que los perros en misa.

Y Rafael se juraba a mismo que había de cambiar, para que no le mirase con sus ojazos de pena aquel ángel que le aguardaba en lo alto de una colina, cerca de Jerez, y corría cuesta abajo entre el ramaje de las cepas, al verle de lejos galopar por la polvorienta carretera. Una noche, los perros de Marchamalo ladraron desaforadamente.

Pasaba el sendero entre corpulentos y elevados árboles, cuyas ramas formaban en muchos puntos verdes arcos sobre el camino, recubierto de hierba y hojas secas. Pocas personas solían recorrerlo y el silencio era completo; una sola vez oyó Roger á lo lejos el agudo ladrido de los perros de caza.