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Era la hora de adohar , y Abde-r-rahman, que á pesar de su edad avanzada solia dejar el blando lecho al alba para recrearse con sus favoritos en la caza de aves, no habia aun salido de su apartamiento. Cinco horas hacia que sus halconeros le esperaban con los caballos y los perros en el límite de la Ruzafa, cuando les despachó por uno de sus esclavos la orden de retirarse.

Los perros helénicos comprendieron que no era un bárbaro quien osaba pisar el suelo sagrado de la Hélade, lo reconocieron y le rindieron acatamiento moviendo el rabo. Al mismo tiempo Talín se acercó á ellos y cambió con Faón un saludo amical rozándole el hocico.

A juzgar por su aspecto modesto y su lenguaje sencillo y chistoso, le tomé por un propietario campesino, de vida retirada, aunque muy culto. Pero luego fuí cambiando de opínion. Al saber que yo era republicano de Hispano-Colombia, me tomó cariño y me hizo mil preguntas sobre la vida de perros que llevamos los demócratas en el Nuevo Mundo.

Tenía aún la mirada muerta y el labio pendiente, tras su solitaria velada de whisky, más prolongada que las habituales. Mientras se lavaba, los perros se acercaron y le olfatearon las botas, meneando con pereza el rabo. Como las fieras amaestradas, los perros conocen el menor indicio de borrachera en su amo. Se alejaron con lentitud a echarse de nuevo al sol.

Los perros todos de la población, unidos y compactos como un solo mastín, protestaban enérgicamente contra la pena infligida a un semejante suyo. El canto de María se perdió completamente dentro de aquel formidable ladrido.

Vamos al pueblo dijo Ugarte a ver si encontramos algo que comer. El cielo estaba despejado y lleno de estrellas; los charcos, helados; el suelo, endurecido por la escarcha. El viento frío soplaba con fuerza. Nos acercamos a la aldea. Era ésta de pocas casas. Los perros ladraban en el silencio de la noche. Pasamos por delante de una casita pobre con dos ventanas iluminadas.

Sólo volvió uno de ellos, y al echar pie á tierra dijo algunas palabras en voz baja. No se veía á nadie en los alrededores. Los perros seguían ladrando, yendo inquietos de un lado á otro, pero esta alarma no debía ser mas que una continuación de la anterior. Aquellos dos hombres indudablemente habían llegado solos.

Es que halago un sueño, decía yo. Y el sueño, o Amparo, se hacían más persistentes en mi pensamiento. Por entonces, mi tío el duque de... me llamó al pueblo, a donde, cansado como yo de todo, se había retirado. Fui y vi con asombro, que mi tío había tenido la fortuna de lograr crearse una familia sui generis con sus perros, sus patos, sus conejos y sus gallinas.

De uno de estos escondites salió, al pasar el Provisor, como una perdiz levantada por los perros, el señor don Custodio el beneficiado, pálido el rostro, menos las mejillas encendidas con un tinte cárdeno. Sudaba como una pared húmeda. El Magistral miró al beneficiado sin sonreír, pinchándole con aquellas agujas que tenía entre la blanda crasitud de los ojos.

Tu madre no murió de enfermedad alguna, sino de dolor de que supo que la Camacha, su maestra, de envidia que la tuvo porque se le iba subiendo a las barbas en saber tanto como ella, o por otra pendenzuela de celos, que nunca pude averiguar, #un día, convirtió a sus tres hijos en perros#. La Camacha se fué y se llevó los cachorros; yo me quedé con tu madre, la cual no podía creer lo que le había sucedido.