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Pero, lo repito, donde la Inglaterra, por medio de su metrópoli, revela mejor sus verdaderas condiciones como pueblo comercial, marítimo y manufacturero, en proporciones colosales, es en el Támesis. Recorramos rápidamente las grandezas del Támesis.

Haré lo que vm. me manda, respondí yo: pero quiero que antes de leerla, vm. me le haga de decirme, como, quando, y á qué fue al Parnaso?

Manos Duras, á pesar de su cinismo, quedó sorprendido al saber que don Carlos estaba al otro lado de la esquina de adobes. ¿Cómo se había presentado tan pronto?... ¿Quién había podido revelarle la presencia de su hija en este rancho lejano? Pero su ferocidad y el recuerdo de la ofensa inferida por Rojas le inspiraron una solución. Lo mejor será matarlo.

La tía creía encontrarlo muy claro; pero Judit se negaba a comprenderlo. Cuando dieron las once de la noche, encontrábase ya dispuesta la cena más exquisita y delicada, preparada por los cuidados de la señora Bonnivet. En cuanto a Judit, nada escuchaba ni veía; limitábase a esperar. ¡Esperar! ¡Todas las facultades de su alma se concentraban o resumían en esta idea!...

Aquí estuve seis semanas, pasadas las quales me mandó á pedir por favor el señor inquisidor que me viese con él. Estrechóme en sus brazos con paternal cariño, y me dixo que sentia muy de veras que estuviese tan mal alojado, pero que estaban ocupados todos los quartos de aquella santa casa, y que esperaba otra vez darme mejor habitacion.

¡Ya lo creo, divertidísimo!... Ver las caras tan cómicas de esa pobre gente cuando se les pone al pecho el puñal de la caridad. ¡La bolsa... o el ridículo!... Y entregan las pobrecillas la bolsa y se quedan también con el ridículo. ¿Me traerá usted otra tarde, condesa?... , hija mía, con mil amores... Pero no me llames de usted, háblame de , dime Curra... ¡Vamos, que no soy tan vieja!...

Y un sentimiento nuevo, inaudito, increíble, había invadido el corazón de Vérod, un sentimiento que habría debido ocasionarle una pena intolerable, pero que él soportaba con resignación, casi con placer.

«, ella era feliz, pensaba; más valía así». También Emma vivía muy contenta y le trataba a él mejor que antes, y a veces le daba a entender que le agradecía también la iniciación en aquella nueva vida... del arte, como llamaban en casa a los trotes en que se habían metido. Todos eran felices, menos él... a ratos. No estaba satisfecho de los demás, ni de mismo, ni de nadie. Debía serse bueno, y nadie lo era. En el mundo ya no había gente completamente honrada, y era una lástima. No había con quién tratar, ni consigo mismo. Se huía; le espantaban, le repugnaban aquellos soliloquios concienzudos de que en otro tiempo estaba orgulloso y en que se complacía, hasta el punto de quedarse dormido de gusto al hacer examen de conciencia. Ahora veía con claridad que, en resumidas cuentas, él era una mala persona. Pero ¿de qué le valía aquella severidad con que se trataba a mismo a la hora de despertar, con bilis en el gaznate, si después que se levantaba, y se lavaba, y se echaba mucha agua en el cogote, resucitaba en él, con el vigor de la vida, con la fuerza de su otoño viril, sano y fuerte, la concupiscencia invencible, el afán de gozar, la pereza del pecado convertido en hábito? Aquello iba mal, muy mal; su casa, la de su mujer, antes era aburrida, inaguantable, un calabozo, una tiranía; pero ya era peor que todo esto, era un... burdel, , burdel; y se decía a mismo: «Aquí todos vienen a divertirse y a arruinarnos; todos parecemos cómicos y aventureros, herejes y amontonados». Este amontonados tenía un significado terrible en los soliloquios de Bonis. Amontonados era... una mezcla de amores incompatibles, de complacencias escandalosas, de confusiones abominables. A veces se le figuraba que aquella familiaridad exagerada de los alemanes, los cómicos, y su mujer, era algo parecida a la cama redonda de la miseria; podía no haber allí ningún crimen de lesa honestidad..., pero el peligro existía y las apariencias condenaban a todos. Marta, que iba a casarse con el tío Nepomuceno, admitía galanteos subrepticios del primo Sebastián, un cincuentón verde y bien conservado, que de romántico se había convertido en cínico, por creer que en esto consistía el progreso. Sebastián, antes tan idealista y poético, ahora no podía ver una cocinera sin darle un pellizco, y esto lo atribuía a que estábamos en un siglo positivo.

Pocos momentos después llegaron las mulas para mi coche, y pregunté a los mozos de postas si conocían a los viajeros que me precedían. »No, señora repuso uno de ellos; pero son ricos y me pagan bien: deben de ser marido y mujer. »O alguna cosa de otro género agregó con una maligna sonrisa otro mozo de mulas. »¿Por qué cree usted tal cosa?

Ahí tenemos a Celestina exclamó Francisca dirigiendo una sonría a la anciana criada que entraba en este instante para llevarse las tazas del y todo lo que nos molestaba. Pero Celestina hizo como que no había oído. Las mujeres de bien solteronas son demasiado numerosas siguió diciendo la Fontane.