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Me voy extendiendo demasiado. ¡Pero hay tanto de que hablar en estos asuntos teatrales!... En fin, yo pido disculpa, y termino esta carta pidiendo también permiso para escribir otra que será definitivamente la última. Muy señor mío y distinguido amigo: Me he engolfado tanto en el asunto del teatro que no cómo podré salir de él tan pronto como deseo.

Cuando llegó el día de la boda no pidió permiso, y se contentó con enviar un saludo por medio de su antiguo condiscípulo Franz Maas, que justamente terminaba entonces su servicio. Seis meses más tarde, él también lo había terminado. Bueno... ¿qué hizo Juan?

Considéranse reyes y señores del mundo, ya que la montaña toda es su pedestal para ellos y ven los reinos yaciendo á sus pies. Extienden la mano como para cogerlos. No de otro modo un poeta campesino, invitado por primera vez á visitar un real sitio, pidió permiso para sentarse un momento en el trono.

»No cuánto tiempo habría estado yo allí contemplando a mi sobrina, es decir a mi segunda hija, a no haber sido porque ella algo confusa quizá por mis miradas y queriendo esquivar mis futuras preguntas, me pidió permiso para retirarse a su aposento. » No, hija mía, no le dije; yo soy quien se retira. puedes tomar el fresco sin cuidado. ¡Ojalá pudiera Magdalena hacer lo mismo!

No volvimos a tener noticias de Pablo, hasta hace cinco meses, en que volvió a aparecer en el pueblo; se presentó al alcalde enseñando su pasaporte y su licencia absoluta, y pidiendo permiso para vivir y trabajar en un lugar de la montaña, a seis leguas de aquí. En dos años se había operado un gran cambio en el carácter, y aun en el físico de Pablo.

¿Y el pobre calzonazos dio su permiso? dijo Visita, colorada de indignación . ¡Qué maridos de la isla de San Balandrán! añadió acordándose del suyo. La Marquesa no acababa de santiguarse. «Aquello no era piedad, no era religión; era locura, simplemente locura.

Después lo conduje yo mismo a la habitación inmediata. Hermano le dije, de haber sabido yo que Vuestra Alteza se hallaba aquí, no hubiera vacilado un momento en solicitar de la Princesa permiso para conducir a Vuestra Alteza a su lado. Me dio las gracias, pero con mucha frialdad. Sin negar al Duque algunas buenas cualidades, no tenía la de saber ocultar sus impresiones.

Todas manifiestan la misma vergüenza, idéntico rubor colorea sus mejillas. A una se le ocurre malignamente proponer que lo estrene Nuncita. Las demás aplauden la idea. Nuncita resiste aterrada. Carmelita ni concede el permiso ni lo niega. Las instancias se repiten sin cesar. Los mancebos encuentran la idea cada vez más original.

El compañero que tornaba de alguna academia militar, la conversación con algún ingeniero inglés, la frase de desprecio que escuchaba en el casino acerca de los que no tenían carrera, despertábanle de pronto el deseo. Al fin, un día le dijo a su tío que si le daba permiso se iba a Inglaterra a estudiar algo y ver mundo.

Me miraba en silencio y por fin me dijo: ¿No debe ver á usted Juana antes de partir? La esperaba en seguida. Mis criados tienen permiso y yo debía comer con ella... Pero no vendrá; no tendrá esa impudencia. ¿Quién sabe? dijo Sorege. Es muy grande y muy delicado el placer de asistir á la mistificación que uno mismo ha preparado y gozar de la confianza estúpida de aquel á quien se engaña.