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Estaban seguros de llegar allá antes que Elena. Consultaron con ésta el caso, y teniendo en cuenta lo próximo que se hallaba su matrimonio, la joven señora no tuvo inconveniente en darles permiso para hacerlo. Llegó el tren. Un minuto de parada.

A todos los pueblos de estas misiones se les daría permiso para hacer vaquerías y corambres, pagando a 4 reales los que no tienen derecho a ellas por cada res que matasen o extrajesen, y dos los que lo tienen; pero ni los unos ni los otros deberían hacerlas sin el permiso del gobierno, y arreglándose a la instrucción que para verificarlas se formase.

Yo creo, con permiso de este señor canónigo, que lo principal aquí es sentirse bien; y pronto, para que no se apodere la anemia de ese organismo.... Oh, amigo mío replicó el Magistral, sonriendo con mucha amabilidad la anemia, usted sabe mejor que yo que puede venir a pesar del alimento.... Además, comer no es lo mismo que alimentarse....

Mañana vendré á la misma hora... ¿Habrá que pedir nuevo permiso? Es indispensable, aunque ya es usted conocido ¿Y usted me acompañará? Seguramente. Llegaron al muelle donde los remeros dormían en la lancha, expuestos al sol y mecidos por la ola ligera que iba á morir al pie de la escalera.

Casi todos lo conocían como su propia casa. Era el sitio obligado de las giras campestres por hallarse tan cerca y por el hermoso bosque que tenía. Los condes jamás habían negado el permiso.

¿Y después? continuó la joven con su misma sonrisa graciosa e impasible. Y después... que para sentar desde luego los precedentes de esta independencia que reclamo... os pido permiso para ir a dar una vuelta al círculo... por supuesto, si eso no os contraría demasiado. Eso no me importa nada, amigo mío. Debo añadir que entraré probablemente un poco tarde... hacia la madrugada.

Y él estaba decidido á usar de ese permiso, porque apenas las últimas palabras de la tía de Herminia se habían confundido con el hueco rumor de las disertaciones de Truchelet, cuando entró un criado, se aproximó á la dueña de la casa, é inclinándose respetuosamente, murmuró esta frase: El señor Fortunato Roussel pregunta si la señorita tendrá á bien recibirle.

Liette dejó ver una sonrisa de aprobación; le gustaba la delicadeza del joven y la elogiaba. Raúl dejó a las dos señoras en la «Brecha de los Ingleses» y les pidió permiso para ir a mudarse de traje mientras ellas oían la música, prometiendo venir a buscarlas a las cinco para ir a acompañarlas a su casa.

Maltrana contestó con la firmeza del que dice verdad: Tengo aquí lo mejor de mi familia. El guardián no parecía satisfecho. ¿No vienen ustedes a pintar? preguntó de nuevo . Porque para pintar se necesita permiso. Isidro sonrió, echando atrás las aletas de su macferlán. ¡Pintar! ¡ Vaya una pregunta! ¿En dónde iba a ocultar los colores y la paleta?...

La Roubinet, como de costumbre, ha dicho lindas frases sobre el primero de enero, y cuando deseó amablemente un marido a las solteras presentes, la virtuosa Melanval no dejó de exclamar: Con el permiso de Dios, por supuesto... A lo que Francisca, nerviosa, por su comienzo de escaramuza con la Bonnetable, respondió por lo bajo: O del diablo, me importa poco...