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Todas las noches, desde las diez hasta las seis de la mañana, permanecía en el restorán Babilonia, y era incomprensible cómo tenía tiempo para dormir, para vestirse con tanto atildamiento, para afeitarse diariamente y aun para perfumarse un poquito. Pomerantzev estaba siempre contento de todo y de todos.

A la segunda visita, después de perfumarse los cabellos, rindiose con frenesí tan severo, que el amor parecía entre sus brazos acto ritual y sagrado. Sus labios se entreabrían con doble sonrisa de deleite y sufrimiento, como si hubiera querido remedar el primer goce doloroso de las vírgenes. El imán de aquella sensualidad se fue haciendo cada vez más potente.

No hace más cosa en el día que perfumarse e cantar. El mancebo recordó el incidente de aquella flor que una mano de mujer habíale arrojado al rostro la víspera. La anciana continuaba: Es hurí del cielo más alto. Si te place tratalla, vente agora a la zaga de , sin hablarme. Ramiro la siguió desde lejos. Cuando hubo llegado a la puerta de una casa algo apartada, la mujer llamole con vago ademán.

La Revolución triunfó, y a las agitadas emociones del conspirador sucedieron en Jacobo las halagüeñas embriagueces del triunfo, las cínicas rapacidades de pretor romano, las ruidosas apoteosis de arcos de cartón y farolillos de papel a que le llevaban en hombros masas estúpidas arrastradas por su verbosidad, multitudes frívolas, que, por tener algo de mujer, prendábanse de su gallardía y gentileza y se prometían llevarle a defender la soberanía popular en los escaños del Congreso, a él, aristócrata orgulloso, tan sólo de nombre renegado, que se reía de ellos llamándoles paletos, babiecas y burgueses mentecatos, y corría, al separarse de estrechar sus manos, a lavarse y enjabonarse y perfumarse, para echar lejos de aquel insoportable hedor de la canalla...