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Yo salíme del calabozo diciéndoles que me perdonasen si no les hiciese mucha compañía, porque me importaba no hacérsela. Torné a repasarle las manos al carcelero con tres de a ocho y sabiendo quién era el escribano de la causa enviéle a llamar con un picarillo.

El coronel recordó á la difunta princesa en sus días de humor tormentoso, cuando, después de una explosión de cólera, se retorcía, pidiendo que la perdonasen, entre llantos histéricos. Al tirar suavemente de esta mano, se sintió seguido por el príncipe, inerme y sin voluntad. Martínez aguardaba á pocos pasos. Dense las manos. Todo ha terminado. Los caballeros son siempre... caballeros.

De perdonarle a él, tenían que perdonar al otro también... y eso no podía ser... Así que ya deben contarse entre los difuntos... El Rey no lo hace casi nunca de por y sin consultar a los menistros... Eso lo yo bien, caballero, lo yo bien. Pues yo me alegraría mucho de que los perdonasen dije con cierto tonillo irritado para protestar del afán de cadalso que adivinaba en aquel hombre.

Bajaron por un sendero estrecho y empinado y entraron en un bosque de castaños que se prolongaba hasta la orilla del río. El sacerdote advirtió que estaba muy húmedo, pero la joven marchaba delante dando gritos de alegría, metiéndose hasta la rodilla en la yerba, batiendo las palmas como una niña a quien perdonasen la escuela.

Y junto con un temblorcillo instintivo, experimentó cierta satisfacción. Le dolía que le perdonasen el golpe, como si fuera él un irresponsable. Al ver la actitud agresiva de Tono, púsose en guardia, como un gallito encrespado, pero los dos se contuvieron, notando que llamaban la atención de algunos albañiles que con el saquito al hombro pasaban camino del andamio.

Tenía sus dudas sobre el final del combate; el príncipe había disparado apuntando al suelo, y él no aceptaba que le perdonasen la vida. Joven dijo con autoridad don Marcos , usted es novel en estos asuntos. Déjese guiar por los que saben más, y dele la mano al príncipe. Inmediatamente fué en busca de Lubimoff. Lo vió en el mismo sitio. Había arrojado la pistola y se cubría la cara con las manos.

Se aproximaron a él, en espera de los cigarrillos con que acompañaba sus apariciones, y poco a poco lo fueron llevando hacia el castillo de proa. Un hombretón se levantó del suelo, tendiéndole la mano con ese aire protector de ciertos jaques que hablan y accionan lo mismo que si perdonasen la vida al que los escucha.

Pero su pasado le infundía miedo: eran muchas las maldades que llevaba realizadas contra este país. Tal vez la perdonasen la vida teniendo en cuenta la espontaneidad de su acto; pero el presidio, la reclusión con el pelo cortado, vestida de ruda estameña, condenada al silencio, sufriendo tal vez hambre y frío, le inspiraban una repulsión invencible... No: antes la muerte.

Seguramente pasaba de veinte metros, ¡una falsedad! ¡una villanía!... ¡Que Dios y los caballeros se lo perdonasen! Otra vez salió á luz la pieza de cinco francos. Había que sortear el sitio de cada contendiente. El capitán parisién acogió la proposición con aire aburrido. ¡Pero si le he dicho que haga lo que quiera!... Lewis runruneaba de impaciencia por debajo de su bigote.

El enredo, según se recuerda fácilmente, se asemeja al de La Estrella de Sevilla, y se funda, como él, en una costumbre de la Edad Media, con arreglo á la cual el asesino se entregaba á los parientes del asesinado para que lo castigasen ó perdonasen.