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Do estás, Silvia hermosa? qué distino, Qué fuerza insana de inplacable hado El curso de aquel prospero camino Tan sin causa y razon nos ha cortado? O estrella! ó suerte! ó fortuna! ó signo! Si alguno de vosotros ha causado Tamaña perdicion, desde aqui digo Que mil cuentos de veces os maldigo. Yo morire por lo que al alma toca, Antes de hacer lo que mi ama quiere.

Unas, desengañadas de la poca sustancia que se saca al deleite, se quedan allí para siempre; otras salen ya edificadas, bien para casarse, bien para servir en casas de personas respetabilísimas. Son muy pocas las que salen para volver a la perdición.

Finalmente, por abreviar el cuento de mi perdición, digo que yo rogué y pedí a mi hermano, que nunca tal pidiera ni tal rogara...» Y tornó a renovar el llanto. El mayordomo le dijo: -Prosiga vuestra merced, señora, y acabe de decirnos lo que le ha sucedido, que nos tienen a todos suspensos sus palabras y sus lágrimas.

El buen fray Pedro vino á contagiarse de las herejías de Molinos y aquí estuvo su perdición, bien que él trató de ocultar los graves pecados y sólo con sus íntimos explayábase en sus predicaciones y en sus actos, que eran por cierto de los más peregrinos.

En un principio anduvo receloso, sombrío, temiendo que su padre le descubriera en los ojos sus abominables pensamientos. Después, atormentado cruelmente, abrumado por ellos, ansioso de hallar remedio a su mal, de una mano que le sostuviese antes de caer en el abismo de perdición, tuvo el valor un día de arrojarse a los pies de su padre y confesárselos.

La despedida de los tíos no fue dramática. Doña Frasquita parecía decir: «Hágase tu voluntadPara ella Cristeta simbolizaba el teatro, es decir, la perdición y los vicios de su marido. Don Quintín sonreía mirando socarronamente a su sobrina; desde que la sabía conocedora de sus liviandades, recelaba que hablase. Cristeta estuvo muy cariñosa, y en el momento de salir del estanco, lloró.

El miedo, el terror era como el de aquella noche en que vio a Mesía pasar por la calle de la Traslacerca, junto a la verja del parque; pero el placer era nuevo, nuevo en absoluto y tan fuerte, que le ataba como con cadenas de hierro a lo que ella ya estaba juzgando crimen, caída, perdición.

Lo cierto es que cuanto más espléndido me muestre, más claro verá ella el propósito de romper, y aquí de lo que se trata es de cortar por lo sano... Bien pesado y medido todo, puede que los mil duros sean su perdición... si se los gasta en trapos y se echa a rodar por esos mundos de Dios. Lo sentiría porque la pobre no lo merece. ¿Y a qué me importa?

Con el rostro oculto y sacudida, por los sollozos, pronunciaba palabras incomprensibles; mientras su hijo repetía, asiéndola de los hombros: ¡Alzaos, madre; alzaos! ¿Qué os pasa? ¿Qué os hace llorar? Ella levantó por fin su empapado rostro, y después de un instante: Una gran desdicha respondió, la más grande, la más cruel que podía acaecerme: ¡tu olvido de Dios, Ramiro; tu perdición!

¡Lili, Lili!... gritaba Sofía, esperando que sus amantes ayes detendrían al animal en su camino de perdición, trayéndole al de la virtud. Las voces más tiernas no hicieron efecto en el revoltoso ánimo de Lili, que seguía bajando. A veces miraba a su ama, y con sus expresivos ojuelos negros parecía decirle: «Señora, por el amor de Dios, no sea usted tan tonta».