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Debo hacer el gran juego... ¡Yo apuntando ahora con fichas de cien francos y hasta de veinte, como una prestamista retirada!... Por eso la Fortuna no me reconoce y pasa de largo. El príncipe movió la cabeza. Se negaba á ayudarla en sus locuras. ¿No era mejor que guardase esos miles de francos, en vez de perderlos rápidamente, como le ocurriría el día que menos lo esperase?

Los planes eran burlarse de una manera feroz de su tío y de su marido, jugar con ellos como el gato con el ratón, descubrir medios de engañarlos y perderlos, que fuesen para ella muy divertidos. Contra el tío ya sabía de tiempo atrás qué armas emplear; echar la casa por la ventana, gastar mucho en el regalo de su propia personilla.

El duque se dejaba venerar observándolos con mirada más socarrona que enternecida. Cuando volvían la espalda para irse, seguíalos con los ojos, bajaba los párpados lentamente, revolvía entre los labios la breva americana y se iba bosquejando en su rostro una sonrisa burlona que duraba todavía algunos segundos después de perderlos de vista. Las cosas siguieron en el estado de antes.

»Los hombres solteros, cuando llega la noche, acostumbran, después de pasear por el Prado y tomar una comida frugal, montar á caballo, llevando á las ancas á sus escuderos, y lo hacen así para no perderlos de vista, porque como cabalgan rápidamente por las calles en la obscuridad más completa, sería imposible que los siguiesen sus escuderos; también temen ser atacados por detrás, y el escudero sirve para parar los golpes y vigilar en defensa de su amo, aunque lo más general es que, en estos casos, tomen la huída estos defensores que no se suelen preciar de valientes.

Y tenía razón, porque en vano adornó don Modesto su mensaje con un exordio modificador; en vano lo comentó con notas explicativas; en vano lo exornó con verbosas paráfrasis. No por esto dejó de ofender mucho a Rosita, la cual exclamó en tono sentencioso: Quien recibe dones del cielo y no los emplea en su servicio, merece perderlos.

¡Claro está! un padre por más que se esfuerce no puede conseguir inculcar a sus hijos ciertas reglas de urbanidad, so pena de no perderlos de vista un solo instante.

Desiste de tu criminal empresa y vuélvete a Málaga. Si en algo estimas mi cariño y el buen concepto en que siempre te tuve, y si no quieres perderlos, no desoigas mis amonestaciones. DE DON PEPITO AL PADRE GUTI

O son culpados todos, o sólo está la culpa en circunstancias independientes de la voluntad y del entendimiento humanos. Hemos sido vencidos, hemos perdido los espléndidos restos de nuestro gran poder colonial antiguo, porque teníamos que perderlos; porque así estaba prescrito.

DON URBANO. Fruto de su inteligencia privilegiada... No: de la perseverancia, de la paciencia laboriosa... EVARISTA. ¡Ay, no me digas! Trabajas brutalmente. MÁXIMO. Lo necesario, tía, por obligación, y un poco más por goce, por recreo, por entusiasmo científico. DON URBANO. Es ya una monomanía, una borrachera. No: es la ambición, la maldita ambición, que a tantos trastorna y acaba por perderlos.

Cuenta la historia que cuando don Quijote daba voces a Sancho que le trujese el yelmo, estaba él comprando unos requesones que los pastores le vendían; y, acosado de la mucha priesa de su amo, no supo qué hacer dellos, ni en qué traerlos, y, por no perderlos, que ya los tenía pagados, acordó de echarlos en la celada de su señor, y con este buen recado volvió a ver lo que le quería; el cual, en llegando, le dijo: -Dame, amigo, esa celada; que yo poco de aventuras, o lo que allí descubro es alguna que me ha de necesitar, y me necesita, a tomar mis armas.