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No hay en la tierra dos hojas de árbol, ni en los infinitos campos del cielo dos globos enteramente parecidos; y quanto ves en el pequeñisimo átomo donde has nacido forzosamente, habia de exîstir en su tiempo y lugar determinado, conforme á las inmutables órdenes de aquel que todo lo abraza.

Durante el día menudeaba el campaneo del portal, indicando que eran muchas las visitas de gente religiosa: por las tardes la dueña, ya entrada en años, salía a paseo en coche modestamente vestida, con aspecto humilde y luciendo en una muñeca, a modo de pulsera, un pequeñísimo rosario de oro y perlas.

Todo el elemento joven de que hablaba El Lábaro en sus crónicas del pequeñísimo gran mundo de Vetusta, estaba allí, en el crucero de la catedral, oyendo como entre sueños el órgano, dirigiendo la colación de Noche-buena, viendo lucecillas, sintiendo entre temblores de la pereza pinchazos de la carne.

Disfrutaba de una pequeña renta y de un pequeñísimo retiro, con los cuales podía vivir y alimentar a su familia en Sarrió con el respeto de un caballero acomodado. En la capital de la provincia le sería ya imposible.

No se cansaban de admirarse de que un bicho tan pequeñísimo pudiese demoler una fábrica tan inmensa. Calculen ustedes los millones de estos seres que habrán tenido que trabajar en la demolición dijo un ingeniero. Uno por uno todos fueron contemplando el mundo invisible que dentro de ella existe.

No conozco el valor de la herencia ni me importa en lo que a se refiere. Gano bastante dinero con mi pluma, sin contar mi pequeñísimo patrimonio... Naturalmente; es por un espíritu de justicia, de estricta equidad, por lo que... Lacante me miraba y sus ojillos vivos y movibles tenían una singular expresión, que cortó mi frase en suspenso.

En mis ensueños de hombre curioso, me convierto en un ser pequeñísimo, de algunas pulgadas de alto, como el gnomo de las leyendas, y saltando de piedra en piedra, insinuándome por debajo de las protuberancias de la bóveda, observo todos los confluentes de los arroyuelos en miniatura, y remonto los imperceptibles hilos de agua, hasta que convertido en átomo, llego por fin al punto donde la primera gota de agua rezuma en la piedra.

Un cuarto de hora después, salía de allí llevando en la mano un estuche que mostré al conserje, para que viera que efectivamente era de mi propiedad, y en el fondo de la bolsa de mi abrigo un bulto pequeñísimo, envuelto en gasa. Eso naturalmente no lo vió el buen hombre. Matilde estaba ya en su lecho, cuando fuí a darle las buenas noches.

Pero la espera no debilita las energías del joven autor; al contrario, seguro de vencer, busca recomendaciones, insiste, suplica, porfía, amenaza, y luego, diplomáticamente, se amansa y vuelve á rogar. ¡Cuánta paciencia, cuántos paseos inútiles, cuántas antesalas humillantes le cuesta el pequeñísimo honor de ser leído! ¿El señor director? Acaba de marcharse. ¡Demonio! ¿A qué hora podré verle?

De aquí dimana el que juzguemos instintivamente por imposible ó poco menos que imposible, obtener un efecto determinado por una combinacion fortúita: por ejemplo el formar una página de Virgilio arrojando á la aventura algunos caractéres de imprenta; el dar en un blanco pequeñísimo sin apuntar hácia él, y otras cosas semejantes. ¿Hay aquí una razon filosófica? ciertamente; pero no es conocida del vulgo.