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Cuando al salir de la casa de un amigo en que ha oído voces infantiles y risas de juventud, vuelve a su triste cuarto de soltero, siéntese lleno de añoranza por lo pasado y de inquietud por lo porvenir, pensando en la rapidez con que pasan los años, en la época cada vez más cercana del retiro, en las prosaicas miserias y los asquerosos servilismos que turban el ocaso de la vida de un solterón.

El del Verde Gabán, que esto oyó, tendió la vista por todas partes, y no descubrió otra cosa que un carro que hacia ellos venía, con dos o tres banderas pequeñas, que le dieron a entender que el tal carro debía de traer moneda de Su Majestad, y así se lo dijo a don Quijote; pero él no le dio crédito, siempre creyendo y pensando que todo lo que le sucediese habían de ser aventuras y más aventuras, y así, respondió al hidalgo: -Hombre apercebido, medio combatido: no se pierde nada en que yo me aperciba, que por experiencia que tengo enemigos visibles e invisibles, y no cuándo, ni adónde, ni en qué tiempo, ni en qué figuras me han de acometer.

¿Y esa familia que está ahí es la de la novia de D. Diego? Justamente. Creo que van todos para Madrid. Así parece. ¿No sabes cuándo? Según he oído, pasado mañana. Esperan saber lo de la capitulación para llevar la noticia. ¿Conque pasado mañana? Bien... Adiós. ¿Quieres venir en mi partida? Gracias; adiós. Les vi partir, y todo el día y toda la noche estuve pensando en aquella gente.

«En la inmoralidad que acusaba aquella aglomeración de malos cristianos», estaba pensando precisamente don Pompeyo Guimarán, que, mal curado de una fiebre, había consentido en cenar con don Álvaro, Orgaz, Foja y demás trasnochadores en el Casino y había venido con ellos a la misa del gallo. «¡, le remordía la conciencia, en medio de su embriaguez!, pero el hecho era que estaba allí.

Salió del café la Benina, gozosa, pensando que no había perdido el tiempo, pues si resultaban fantásticas las pieldras preciosas que en montones Mordejai pusiera ante su vista, positivas y de buena ley eran las cuatro perras, como cuatro soles, que había ganado vendiendo el inútil regalo del monomaníaco Trujillo.

Lo que hemos perdido, en parte, nosotros replicó Lorenzo; y estoy maravillado... estoy absorto, viendo esto y pensando que hace cuarenta años, no más, que los indios salvajes llegaban hasta aquí. ¿Aquí?... ¿al Bragado?... preguntó Ricardo.

Ana estudiaba el modo de oír a Visita sin enterarse de lo que decía, pensando en otra cosa, única manera de hacer soportable el tormento de su palique.

Estaba dado al diablo con aquello y, pensando qué hacer, se acordó de convidar al pueblo, para otro día de mañana despedir la bula.

Pero el Magistral salió sin responder siquiera, pensando en Ana y en Mesía; y a la media hora, cuando paseaba por el Espolón solo y a paso largo, olvidando el compás de su marcha ordinaria, le repetía en los sesos, no sabía qué voz: ¡besugo, besugo! «¿Por qué se acordaba él del besugo?». Y encogió los hombros irritado también con aquella obsesión de estúpido.

Sus ojos son ese secretario que tienes y ese señorito pariente de Cristina, que busca unirse á , pensando en tus millones más que en Pepita. Sus manos son tu mujer y tu hija. Ellas te agarrarán cuando te sientas débil; aprovecharán un instante de desaliento para empujarte dulcemente en brazos del Intruso. Te crees libre de él y ronda á todas horas en torno tuyo.