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La joven no era hermosa, pero sus ojos , y sobre todo revelábase en ella el atractivo del sexo por el aire modesto y sencillo, el timbre de la voz, la delicadeza exquisita, enteramente femenina de sus modales. «No me disgustaría casarme con ella» pensaba dejando escapar un suspiro; porque juzgaba imposible que se atreviese a decir a ésta ni a ninguna señorita palabra alguna de amor.

Pensaba en el obscuro y hediondo tabuco de la calle de los Artistas; en el camastro, la mesa y las dos sillas que constituían todo su ajuar; en los días de paro forzoso, que le obligaban a él a exprimir su miseria para prestar ayuda al albañil. Y usted preguntó el joven , ¿qué va perdiendo con que el ejército social se desbande y mate a sus jefes, si lo considera necesario, y arda medio mundo?

«No puede ser que Milagros haya dicho eso de pensaba, camino de Palacio, atormentada por aquella inscripción horrible que le quemaba la frente . Es mentira de esa bribona... ¡Qué día! Cuando llegue a casa lo primero que he de ver es si me he llenado de canas. La cosa no ha sido para menos». Y lo primero que hizo fue mirarse al espejo.

Otras veces, sus ojos se encontraron con los del médico, y en una ocasión hasta creyó ver las patillas canosas y los ojos color de aceite de su amigo Pablo Valls. «¡Ilusión! ¡Locura!», pensaba al sumirse de nuevo en su inconsciencia.

Parecía que no existían ya para él ni la revolución francesa, ni el Emilio, de Rousseau, ni las Carta de Talleyrand, ni el Diccionario, de Voltaire. Se había olvidado de todo esto, y sólo pensaba en la fórmula más expresiva y exacta para decirle á Clara que la había visto en sueños aquella noche.

Quiéralo Dios dijo suspirando la Dorotea, y oprimiendo dulcemente las manos de Juan Montiño. Pues mirad repuso el joven , yo pensaba en otra cosa. ¿En qué? En que antes de salir de vuestra casa... De nuestra casa, caballero... Bien; pensaba en que antes de salir de casa nos hablamos de .

Por otra parte, convencidísimo que mi cariño no era profundo y que era más bien una niñada, pensaba que el mejor remedio para tal capricho era el de enderezar mis pensamientos hacia un hombre que enamorado de mi, se hiciera amar, fundándose en este axioma: el amor atrae al amor. Su razonamiento, si no hubiese fallado por la base, hubiera sido perfecto.

Además, pensaba en el Mosco, que podía sorprenderles, enterado de lo que ocurría por cualquier murmurador. No nombraba a su terrible amigo, pero le parecían peligrosos e insostenibles estos idílicos encuentros en campo libre, cerca de las Carolinas. Isidro tuvo la audaz resolución de los débiles.

Y continuaba su discurso incoherente, interrumpido por toses y por sollozos. Después el Magistral le hizo callar y escucharle. Habló mucho y bien don Fermín. Era necesario para obtener el perdón de Dios que don Pompeyo, antes de sanar, porque sin duda sanaría y eso pensaba él también diese un ejemplo edificante de piedad.

Nuestro declamador había venido tan extemporáneamente para un negocio de su casa. Pensaba pasar en Madrid tres o cuatro semanas a lo más e irse a Biarritz en septiembre. Tenía fama de calavera, pero no de los calaveras víctimas y explotados, ni tampoco de los verdugos y explotadores.