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Sinembargo, pocas ciudades tienen en la península el privilegio que posee Sevilla. Madrid, Barcelona, Cádiz, Búrgos, etc., son esencialmente españolas. Valencia es medio morisca, pero muy inferior en cuanto al arte á las dos ciudades andaluzas mas notables. Córdoba es casi toda morisca.

A las cuatro de la tarde me hallé entre la Isla de las Gamas y tierra firme, en tres brazas de agua, y fondo en este sitio por ser abrigado, á fin de hacer aquí algunos reconocimientos. A las cuatro y media eché el bote al agua, y fuí á reconocer el brazo de mar que entra entre la tierra firme y la Península de los Jabalies, por haberme parecido desde el tope laguna.

Estaba ocupadísima en aquella época. Hacía viajes a la Península; giraba, según se decía, enormes cantidades para los partidarios de don Carlos que sostenían la guerra en Cataluña y las provincias del Norte. ¡Que no la hablasen de Jaime Febrer, el antiguo marino! Ella era una verdadera butifarra, una defensora de la tradición, y hacía sacrificios para que España fuese gobernada por caballeros.

Ahora bien; si el problema de los cambios sobre la península acarrea á Filipinas una atmósfera preñada de desconfianzas y suspicacias, con notable perjuicio del comercio español y de las relaciones estrechas que deben existir entre dos pueblos cobijados por una misma enseña nacional, esto no hay que cargarlo en el debe de aquel país; de ello son directamente responsables los que toleran tan indignas explotaciones, amasadas con su propio desprestigio.

Procuraré contestar á esas preguntas con la mayor conoision posible. Esas faces son: primera, la natural ó topográfica; segunda, la histórica; tercera, la etnográfica y social. Si se atiende á la primera, se echa de ver que el sistema orográfico de la península ha dividido el territorio en siete grandes comarcas, perfectamente demarcadas y de proporciones muy desiguales.

La fama del teatro español, que con tan rápido vuelo se elevara, pasó al principio de este período mucho más allá de las fronteras de la madre patria, llegando, no sólo á los países extranjeros, sujetos al cetro de los soberanos de la Península, á Nápoles y á Milán, á Flandes y América, sino también á otras naciones, en donde se representaron, imprimieron é imitaron los dramas españoles.

Sólo así se podrá componer al cabo una historia completa de nuestra literatura ó de nuestra cultura en general, donde se tase su valor, ya absoluto, ya con relación á la cultura de Alemania, Italia, Francia é Inglaterra, que son los cuatro pueblos que con los de esta Península han estado alternativa ó simultáneamente á la cabeza de la civilización del mundo, desde que empezó la historia moderna hasta hoy.

Desde entonces los libros santos se hubieron de abandonar á manos ineptas, i las escuelas de la Península en las edades siguientes vieron enredados á sus teólogos en cuestiones insustanciales i espinosas , i enteramente desiertas las aulas de lenguas orientales. Estos son los preciosos frutos que cogió España del indigno modo de proceder que se tuvo con personas tan señaladas.

En 1557, Julianillo Hernández llegaba á Sevilla: con su carga, había atravesado la península entera sin que ni justicia ni persona alguna sospechase que en aquellos dos toneles iban las armas más poderosas contra la religión del Estado, y que tanto efecto iban á producir.

Como que á la fecha llevan seis siglos largos de continua lucha con lo más aguerrido de la gente árabe, que se posesionaron de casi todo el país y á lo que creo ocupan todavía la mitad de la Península.