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Cierta tarde le acometió una tentación inmensa de pedírselo. El templo se hallaba desierto.

Revestido de la suma del Poder público en 1835 por sólo cinco años, en 1845 está aún revestido de aquel poder. Y nadie sería hoy tan candoroso para esperar que lo deje, ni que el pueblo se atreva a pedírselo.

Yo he entregado ese dinero al señor Gabriel Cornejo dijo Cristóbal , á mi es á quien el señor Gabriel lo entregará únicamente. Pues le llamaremos, le llamaremos, hijo; por eso no quede... no veo duda alguna. Es que yo, señor Francisco, no pediré al señor Gabriel Cornejo ese dinero, sino yendo á su casa á pedírselo; es decir, estando en libertad.

Las damas del pasado régimen la aristocracia del país la visitaban y adulaban, para defender de este modo su tranquilidad y sus bienes. Los subordinados de su esposo, cuando deseaban algo, preferían pedírselo á la generala, como si creyesen más en su autoridad que en la de Martínez. Ella los tuteaba con una bondad superior.

Era la lágrima que vierten los que acaban de morir; lágrima de protesta de la criatura contra el poder aciago que la ha sacado de la nada sin pedírselo. ¡Mire usted, padre, qué sosiego, qué quietud tan dulce respira su fisonomía! exclamó la buena señora, contemplando a su hermano con ojos de dolor y ternura. ¡Bien se conoce que al fin se ha reconciliado con Dios!

Y en cuanto a Timoclea, tan ensalzada por Plutarco, y a la que el macedón Alejandro concedió su admiración, todavía doña Inés tenía más que criticar, porque Timoclea, durante el saco de Tebas, no acertó a defenderse del capitán de los tracios, y sólo después le mató arrojándole a un pozo, porque aquel bárbaro le pidió dinero; de suerte que, si se lo hubiera dado, en vez de pedírselo, él hubiera quedado vivo y la anterior violencia impune.

Pero la verdadera casamentera no es la que ejerce este género de gestiones pedidas, sino aquella que, sin pedírselo nadie, se pone a concertar bodas y a tramar enlaces, usurpando su papel al azar o a los designios providenciales que rigen el nacimiento del amor en nuestro espíritu. Porque el amor, como el rayo, surge de una manera instantánea y fulminante, cuando menos lo pensamos.

Pero ya mi mujer se está cansando del tocino y la sopa. Yo no, yo no me canso, señora maga. Pero mi mujer se ha cansado, y quiere algo ligero, así como un gansito asado, así como unos pastelitos. Pues vuélvete a tu casa, leñador, y no tienes que venir cuando tu mujer quiera cambiar de comida, sino pedírselo a la mesa, que yo le mandaré a la mesa que se lo sirva.

Pues bien; Raimundo, necesitando a toda costa dinero, y no atreviéndose a pedírselo a nadie, faltó a esta confianza vendiendo poco a poco algunos títulos. Y es lo raro del caso que siendo un chico hasta entonces tan puro de costumbres, tan recto en el pensar y tan honrado de corazón, llevó a cabo esta villanía sin grandes remordimientos.

¡La vi, Butrón, la he leído!... ¡Qué vergüenza!... ¡Creí morirme!... Decía el buey Apis que el ministro iba a publicarla en los periódicos si yo no aceptaba el cargo. ¡Lloré, supliqué, pidiéndosela en nombre de mi honra, en nombre de mis hijos!... Todo en vano: o aceptaba yo el cargo, o la carta se publicaba... Entonces le ofrecí dinero, y mi hombre empezó a blandearse... Me pidió cinco mil duros; luego tres mil, ¡regateando, Butrón, regateando como un judío!... Por fin se cerró el trato en los tres mil, y anoche, a la una, volvió a entregarme la carta y recibir el pago... Porque, claro está, yo no tenía dinero bastante, tampoco podía pedírselo a Fernandito, y he tenido que empeñar una porción de joyas...