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No es muy frecuente encontrarme con un hombre como usted, de su carácter y de su autoridad, por todo lo cual habrá de perdonarme la libertad que acabo de tomarme para pedirle consejo... Finalmente prosiguió con expresión todavía más afectuosa, creo ya haberle dicho que desde los primeros momentos me inspiró usted una gran confianza.

Pero no, era ella misma, ella que le saludaba con una graciosa sonrisa mientras sus hermosos ojos parecían pedirle perdon y prometerle explicaciones. En efecto, habían convenido en que Isagani iría primero al teatro para ver si en el espectáculo no había nada inconveniente para una joven, y ahora la encontraba él, y nada menos que en compañía de su rival.

¡Pobre fray Gabriel! dijo don Modesto, conmovido por los recuerdos que acababa de despertar su patrona . Todos los viernes de su vida vino al Cristo del Socorro para pedirle una buena muerte. Después de la de su bienhechora venía todos los días, porque ya no le quedaba más que aquel buen Señor, que le comprendiese y le consolase.

¿Y el señor Dawson? preguntó al fin, cuando Reginaldo se hubo sentado en la orilla de la cama y yo en la silla. ¿Qué es lo que él dice? No tengo necesidad de pedirle su opinión repliqué rápidamente. Por la ley el secreto del cardenal es mío, y nadie puede disputármelo. Salvo su actual poseedor fue su tranquila observación. Su actual poseedor no tiene derecho sobre él.

Despertó luego, y con voz sosegada dijo a su amiga: «¿Estás aquí?... ¡qué gusto me da verte! De todas las personas que veo aquí, la que me gusta más eres . Te quiero más que a mi hermana. Lo primerito que he de pedirle al Señor cuando me meta en el Cielo, es que te haga feliz, dándote lo que es muy re-tuyo, lo que te han quitado... Su Divina Majestad puede arreglarlo, si quiere...».

No; lo que yo quería, Eugenio, era pedirle que me dispensase el enfado que tomé allá en la mesa.... Conozco que soy a veces así... un poco vivo... y luego hay conversaciones que me sacan de tino, sin poderlo remediar. Usted póngase en mi caso.

Pues tenga cuidado, D. Juan dijo Paco sonriendo maliciosamente, porque el día menos pensado se presenta en casa a pedirle la mano de Fernanda. No lo hará tal respondió el banquero. Demasiado sabe que le echaría por la escalera abajo. Con estos antecedentes el terrible humorista de Lancia marchaba sobre terreno seguro.

¿Me permite usted que vuelva?... Entonces, márchome enteramente feliz. Creyó conveniente no prolongar más su visita y se dispuso a despedirse. ¡Hasta bien pronto! le dijo ella tendiéndole con amable vivacidad su mano. Hasta mañana, si quiere usted. , venga usted mañana: tal vez... tal vez tenga un consejo que pedirle.

Frecuentemente, antes de emprender un largo viaje marítimo, los marinos suben en peregrinacion á la capilla para hacer ofrendas á la virgen milagrosa y pedirle proteccion. Otras veces un voto, hecho en los momentos solemnes del peligro, en las soledades del Océano, es lo que va á cumplir sobre la árida montaña ese sér indiferente a todo, connaturalizado con la tempestad, que se llama un marino.

El y Fernando se saludaron como si la víspera se hubieran visto. El marino se contentó con decir: Estás viejo, hombre.... Andrés le atravesó con sus ojos bizcos, inexpresivos y torpes, y dijo un poco sarcástico: estás más joven. Se volvieron la espalda. Fernando cantaba una barcarola. Andrés buscaba a su madre para pedirle dinero.