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Su óptico, M. Luna, apresurose a pedirle mil perdones, enviándole unas gafas nuevas, que se rompieron también por igual sitio antes de transcurrir veinticuatro horas. Otras terceras sufrieron la misma suerte; trajeron por cuarta vez otras nuevas, y les ocurrió en seguida otro tanto. El óptico no sabía ya cómo excusarse.

La Delfina la había ofendido y ultrajado, cuando ella no hacía más que contarle a la santa sus penas y el conflicto en que estaba. Por fin, a fuerza de meditar en ello, amasando sus ideas con la tristeza que destilaba su alma, empezó a prevalecer la afirmativa. Cierto que debía pedirle perdón por el intento que tuvo de arañarle la cara, ¡qué barbaridad!, y por las palabras que se dejó decir.

Chisco era buen compañero para andar por donde yo andaba con él; también Pito Salces, pero no tan «amañau» como el otro «pa el autu de rozasi con señores finus». Si Chisco fuera de Tablanca como era de Robacío, no habría nada que pedirle.

Y como digo, él estaba entre ellas hecho un Macías, diciéndoles más dulzuras que Ovidio escribió. Pero como sintieron dél que estaba bien enternecido, no se les hizo de vergüenza pedirle de almorzar con el acostumbrado pago.

Pues nada... Verá usted... Mi hermana acaba de darme un golpe terrible... Fui a casa... Verá usted... Por la mañana le dije que no podía continuar de este modo..., que era necesario resolver uno u otro... Más de veinte veces quise pedirle a Fernanda la conversación...; pero cuando iba a hacerlo se me ponía un nudo aquí, en la garganta... Usted no sabe; aunque me matasen, no podía..., vamos, no podía... Si yo tuviese tanto pico como mi hermana... ¡Maldito sea!... Le dije que me hiciese el favor de decírselo a Fernanda de mi parte, y que me la diese o me desengañase de una vez... Pues bien..., verá usted...: quedó en decírselo esta tarde... ¡Yo no puedo continuar así, don Ceferino; crea usted que no puedo continuar!... Pues bien: quedó en decírselo.

»Al principio que Camila esto decía creyó Lotario que era artificio para desmentille que el hombre que había visto salir era de Leonela, y no suyo; pero, viéndola llorar y afligirse, y pedirle remedio, vino a creer la verdad, y, en creyéndola, acabó de estar confuso y arrepentido del todo.

Pidió también á su camarada que retirase el recibo escrito en un pedazo de periódico que había dejado en la tumba ó que fuese en busca del encargado de recoger las limosnas para pedirle el tal documento. Los asuntos de dinero deben llevarse con limpieza, sobre todo si hay muertos de por medio.

Es probable prosiguió Rafael . Cuando me vi encargado de esta tarea, sin saber a qué santo encomendarme, se me ocurrió la luminosa idea de acudir a mi prima y pedirle licencia para traer al príncipe a su tertulia, porque de este modo podrá conocer las mujeres más bellas y amables, la sociedad más escogida y añadió en voz baja y señalando con el dedo la mesa del tresillo las antigüedades más notables de Sevilla.

Idéntica explicación había hecho a don Adrián, por encargo de Leto, al pedirle ropa con que mudarse éste; pero don Adrián lo creyó a puño cerrado desde luego, y no pasó más allá de lamentar el caso, dar a Cornias el equipo que le pedía, y rogar a Dios en sus adentros que no ocurrieran cosas semejantes cuando fuera en el balandro la señorita de Peleches, de la cual nada había dicho el mensajero de Leto al boticario; mientras que los pescadores, con más datos a la vista y mayor experiencia que don Adrián en achaques de aquel género, y maliciosos de suyo, se forjaron el lance a su capricho; y dándole por cierto, le narraban diez minutos después, con minuciosos detalles, en la taberna de Chispas, delante de varias personas, entre ellas la criada de don Eusebio Codillo que iba en busca de la media azumbre diaria de clarete que se bebía en la casa entre los seis de familia.

En una ocasión, después de cobrar en juicio a un casero que debía tres años, recibió, al atravesar un bosque, tal pedrada, que llegó a su casa sin sentido, agarrado a la crin del caballo. ¡Y a un hombre así venía a pedirle cuartos un mequetrefe, aquel señorito bobo, de que nunca le había hablado más que con desprecio el Sr. D. Juan Nepomuceno!