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Ora no ve á su alrededor más que el torbellino de los copos; ora mira á la derecha ó á la izquierda una cumbre inmóvil que se desprende de la nube y parece que le mira sin odio y sin amor, indiferente á su desesperación. A lo menos, el peatón ve en ella una especie de señal que le permite reanudar la marcha con alguna esperanza; pero todo es inútil.

El peatón que en el transcurso de algunas horas sube desde la base del monte hasta las peñas de la cima, hace en realidad un viaje más grande, más fecundo en contrastes que si empleara años en dar la vuelta al mundo, á través de los mares y de las regiones bajas de los continentes.

El peatón postal, único eslabón que los unía con el mundo circunvecino, contaba algunas veces maravillosas historias de Campo Rodrigo, diciendo a menudo: Allí arriba tienen una calle que deja muy atrás a cualquier calle de Red-Dog; tienen alrededor de sus casas emparrados y flores, y se lavan dos veces al día; pero son muy duros para con los extranjeros e idolatran a una criatura india.

Detrás del tal Despoblado se encontraba algo peor: la terrible Puna de Atacama, un desierto de inmensa desolación, donde morían los hombres y las bestias, unas veces de sed, otras de frío, y en algunas ocasiones caían abrumadas por el viento. Ovejero se guardó las espuelas en el cinto, renunciando á su dignidad de jinete para convertirse en peatón.

Miró el sello; luego miró la letra del sobre... La conocía; despertaba en su memoria la misma impresión de un rostro amigo al que no podemos asociar un nombre. ¿De quién era?... El Capellanet, mientras tanto, daba explicaciones sobre este gran suceso. La carta la había traído el peatón a media mañana. Era del vapor-correo de Palma, llegado a Ibiza en la noche anterior.

Las mujeres, mientras llegaba la oportunidad de proveer la despensa de lo que en ella faltase, pasaban revista y recontaban, manoseaban y apercibían los utensilios de mesa para la «comilona» de aquella gran ocasión, y a los primeros amagos de desnieve salieron propios en todas direcciones, y, a la vez que ellos, el peatón del correo que se llevó en la valija los avisos que no podían distribuir los propios.

El peatón, encantado de tan buena suerte, siguió a la anciana; Luisa iba detrás, y Juan Claudio marchaba tras ella, impaciente por interrogar a Brainstein sobre lo que había sabido por el camino referente a los acontecimientos que se desarrollaban; pero no pudo sacarle nada nuevo, sino que los aliados bloqueaban Bitche y Lutzelstein y que habían perdido varios centenares de hombres en el intento de forzar el desfiladero del Graufthal.